domingo, 27 de mayo de 2018

SOBRE LA HERMENÉUTICA: DIÁLOGO, PREJUICIO Y TOLERANCIA.



La hermenéutica, o arte de interpretación de textos, ha tenido a lo largo de la historia diferentes sentidos y ha sido interpretada de forma diferente por diversos autores.



A partir de Schleiermacher, en el siglo XIX, la hermenéutica comenzó a significar la comprensión de cualquier texto que no resultase evidente desde una primera lectura, debido a algún tipo de distancia entre el texto original y el intérprete del texto, distancia que podía ser de diversa índole: histórica, lingüística, psicológica,… Una distancia que podría permitir al intérprete comprender el texto desde una perspectiva más amplia y, de alguna manera, comprenderlo incluso mejor que el propio autor del texto.

Desde el punto de vista de Schleiermacher, la interpretación es un proceso circular, cuyo cometido es reconocer la propia individualidad del texto que se interpreta. Sin embargo, esta interpretación está sujeta a lo que el autor llama “malentendidos”, es decir, malas interpretaciones, que tienen su origen en las “distancias” del intérprete del texto con el propio texto y con sus circunstancias temporales, sociales, culturales… Con Schleiermacher se produce la universalización de la hermenéutica, que con Dilthey pasará a aplicarse a todo conocimiento histórico-espiritual.

Dilthey, al contrario que Schleiermacher, pone el acento en la comprensión, introduciendo un giro psicológico, más humano, en la comprensión de la hermenéutica.

Sin embargo, es con Heidegger cuando  la hermenéutica encuentra su mayor desarrollo y transformación. En este autor, la comprensión pierde su connotación psicológica, que en Dilthey había sido fundamental, y adquiere una connotación ontológica, es decir, relacionada con la propia naturaleza o sentido del ser.

La transformación de la hermenéutica en ontológica supone que la filosofía no tiene una visión directa del ser y, por lo tanto, según Heidegger, su trabajo consiste básicamente en la lucha contra las malas interpretaciones, como diría Schleiermacher.

En esta línea, la percepción (intuición) cede su puesto a la comprensión (interpretación), es decir, lo importante no es tanto lo que percibimos, sino cómo lo interpretamos. Una interpretación que supone la comprensión del ser o del texto, evitando en este proceso cualquier tipo de malentendido o de mala interpretación.

Por lo tanto, la hermenéutica, una vez transformada por Heidegger, abandona el camino del historicismo y de la fenomenología para centrarse en intentar entender el ser independientemente del contexto histórico y de su percepción, es decir, se centra sobre todo en la estructura hermenéutica del ser y en sus relaciones referenciales. Esto obliga a replantearse el conocimiento del ser en su contexto histórico y en relación con el lenguaje, un lenguaje entendido como el medio en que nos comunicamos con otros.

Precisamente de este planteamiento es de donde surge la hermenéutica de Gadamer, que manifiesta que el ser del texto es el lenguaje, por lo que considera al lenguaje como el objeto propio de la hermenéutica. A partir de Gadamer, la hermenéutica es considerada textualista, ya que es en el lenguaje donde referencia y sentido quedan articulados generando lo que la hermenéutica ha llamado mundo del texto.

Gadamer, al contrario que los modernos pensamientos filosóficos y siguiendo la senda ontológica propuesta por Heidegger, entiende el texto como un lenguaje que hace presente un mundo.

En este sentido, el texto es entendido como un mundo donde se encuentran dos sujetos, el creador del texto y el lector, donde lo importante no son los sujetos sino el texto. Un mundo que, en definitiva, es creado por el lenguaje. Por lo tanto, en Gadamer el lenguaje se constituye en el centro a partir del cual tiene lugar nuestra experiencia.

En Derrida se radicaliza la ontología hermenéutica de Heidegger, preguntándose por las condiciones de posibilidad de la comprensión y abandonando la centralidad y proponiendo la escritura como el único lugar donde la comprensión llega a una objetividad absoluta, liberándose de la intencionalidad y, por tanto, de la subjetividad.

La propuesta de la escritura como trascendental supone también la crítica a la hermenéutica de Gadamer. Mientras para Gadamer la comprensión era fruto de la tradición, es decir, el resultado de la fusión de diferentes tradiciones, en Derrida aparece el concepto de diferencia, que es el responsable del modo de comprensión.  

Sin embargo, aunque la escritura evita las intenciones subjetivas, no evita la aparición de malas interpretaciones o malentendidos, como ya anunció Schleiermacher.

Derrida, rompiendo con la filosofía de la historia de la tradición que garantiza la continuidad del sentido del texto, intenta acceder a la individualidad del texto a través de la deconstrucción, es decir, no existe un sentido propio del texto, sino que el sentido del texto está relacionado con la historia de los efectos. Derrida remarca la diferencia entre el texto y su intérprete y entre el texto y la tradición en favor de su individualidad.

Ricoeur elabora una hermenéutica basada en la intersubjetividad que está presente en la lectura-escritura, concibiendo la hermenéutica como el trabajo de descifrar los símbolos y metáforas que aparecen en un texto anterior, entendiendo los símbolos como el doble sentido que el autor ha dado a ciertas partes del texto, y las metáforas, entendidas como las referencias que se hacen a la realidad en un texto. Tanto símbolos como metáforas pueden resultar inapreciables e incomprensibles para el intérprete.

La hermenéutica de Ricoeur parte de una interpretación de los símbolos, se enriquece con una interpretación de los textos y desemboca en una hermenéutica narrativa.

Esta hermenéutica narrativa no se limita a explicar los textos, sino que llega a la comprensión de los mismos a través de las grandes objetivaciones de sentido (símbolos, metáforas, signos…) presentes en los propios textos.

La hermenéutica de Ricoeur consta de tres elementos fundamentales: el texto con su mundo propio, el lector o intérprete y el mundo a los que ambos tienen que referirse. Se trata, por lo tanto, de una hermenéutica en la que el lenguaje ocupa un lugar relevante.

Por último, Vattimo propone una ontología hermenéutica que rechaza la objetividad y califica su pensamiento como el de la diferencia frente al pensamiento de la identidad, colocándose en la tradición hermenéutica entre los partidarios de la hermenéutica de la sospecha, como en el caso de Derrida, aunque la interpretación de la diferencia en Vattimo parte de una interpretación de la noción de símbolo, que no supone la idea de principios originales, sino un ámbito en el que es posible establecer un sentido a partir de las reglas que rigen la comunicación entre los individuos, por lo que su interpretación del símbolo se corresponde con la comunicación.

En resumen, tras el estudio realizado no veo nada fácil que se pueda producir una auténtica fusión de horizontes entre interlocutores, porque para ello es necesario salvar puentes temporales, sociales, culturales, psicológicos…, que existen no sólo entre individuos de distintas épocas, sino entre individuos de la misma etapa histórica.

Sin embargo, que no sea una tarea fácil significa que es difícil, pero no que sea imposible. Los filósofos de la actualidad, como los historiadores, deben interpretar adecuadamente los textos de etapas históricas anteriores y para ello deben fundirse con el texto y conocer todas las circunstancias en las que el autor escribió el texto. Para llevar a cabo esta tarea, el intérprete debe superar todas las implicaciones éticas, e incluso morales, existentes entre ambas etapas históricas, la propia y la del texto, llegando a pensar como pensó el autor, en sus circunstancias, en su propia carne.

No obstante, para realizar esta tarea es imprescindible desprenderse de los prejuicios que atenazan nuestra forma de conocer y de comprender. Los prejuicios que, al fin y al cabo, no son más que opiniones preconcebidas, es decir, previas a un juicio racional, suponen un impedimento para el diálogo entre distintos y para el conocimiento de la realidad actual y anterior. Como dijo Albert Einstein, en una opinión que comparto: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.”

Bibliografía

Flórez Miguel, Cirilo. «La tradición hermenéutica en el siglo XX.» Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 50, 2010: Páginas 55-75.


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