viernes, 11 de diciembre de 2015

DESCARTES Y DE CÓMO LA DUDA LLEVA A LA VERDAD

INTRODUCCIÓN:

El concepto de la duda en el pensamiento cartesiano es fundamental porque, aunque a primera vista pueda resultarnos paradójico, conduce a Descartes a alcanzar la verdad. Por ello en las páginas siguientes analizaré en detalle el método que sigue este filósofo,  basado precisamente en llevar a cabo la acción de dudar hasta sus últimas consecuencias,  abstrayéndose de las muchas verdades que ya conocía para, partiendo de la duda absoluta y tomando el camino de la razón, llegar a la meta de la verdad indudable, a la que llamaré la” verdadera” verdad.


Antes de comenzar esta exposición es relevante señalar que René Descartes (1596-1650), el mayor filósofo francés de todos los tiempos e iniciador del racionalismo, es considerado el padre de la filosofía moderna. Nació en el seno de una familia burguesa, estudió en el colegio jesuita de La Fleche y participó en la Guerra de los Treinta Años. Al final de su vida, la reina Cristina de Suecia le hará llamar a su Corte en la que morirá a causa de una fuerte pulmonía con tan solo 53 años.

Descartes es un pensador frío, eminentemente matemático y un incansable buscador de la verdad por medio de la razón. De entre sus obras se pueden destacar: las Reglas para la Dirección del Espíritu (1628-1629), el Discurso del Método (1637), las Meditaciones Metafísicas (1641), los Principios de la Filosofía (1644), las Pasiones del Alma (1649) en la que se fundamenta su moral, el Tratado sobre el mundo y el Hombre (1630-1633) y El mundo: Tratado de la luz (1667), publicados póstumamente.

En el Discurso del Método Descartes plantea que, en efecto, podemos dudar de todo, pero no podemos dudar de que dudamos  y, como dudar es pensar, no podemos dudar que pensamos. Por lo tanto, el pensamiento es nuestra primera certidumbre, nuestra primera certeza, que  nos lleva a la certeza de nuestra existencia, de nuestra propia realidad: "Pienso, luego existo". El hombre existe al menos como cosa pensante, como res Cogitans. La existencia del pensamiento es un concepto claro y distinto, una verdad evidente que sirve a Descartes como punto de partida. A partir de la certeza de nuestra existencia, podemos sentir otras existencias: res Infinita (Dios) y res Extensa (mundo).

En la historia de la filosofía podemos encontrar como antecedentes del pensamiento de Descartes, aunque con diferentes visiones, a San Agustín, Aristóteles y Sócrates.
Más cercano en el tiempo, recordemos la frase de San Agustín, en su obra Contra los académicos (386 d.C.),Si me equivoco, existo”, y más aún, en otra ocasión en esa misma obra, en relación con la existencia y la duda, decía “Si dudo, vivo”, frase muy similar a la de Descartes en la que ya se planteaba la duda como principio y base para el conocimiento y la certidumbre de nuestra existencia y, por ende, de otras existencias.

Más lejano en el tiempo y en relación también con la existencia y el pensamiento, Aristóteles llegó a decir en su obra Ética a Nicómaco (348 a.C.) que “Percibir que sentimos o pensamos, es percibir que existimos”, donde también hacía depender de alguna manera nuestra existencia de nuestro pensamiento.

Más lejano aún en el tiempo, recordemos la famosa frase de Sócrates “Sólo sé que no sé nada” (“Apología de Sócrates”, Platón, 399 a.C.), que se planteó la búsqueda de la verdad desde el desconocimiento, desde la ignorancia, partiendo de no dar nada como cierto que, de alguna manera, es lo que hace Descartes varios siglos después, desaprender todo lo aprendido para volver a aprender, pero ahora metódicamente, utilizando un método que le haría llegar a la verdad mediante la razón.

EL PUNTO DE PARTIDA: LA DUDA.

Todo lo que hasta ahora he admitido como absolutamente cierto lo he percibido de los sentidos o por los sentidos; he descubierto, sin embargo, que éstos engañan de vez en cuando y es prudente no confiar nunca en aquellos que nos han engañado aunque sólo haya sido por una sola vez” (Meditaciones metafísicas, 1641).

Descartes se da cuenta de que mucho de lo que había dado por verdadero, no lo era, y decide crear un método para llegar al conocimiento de la verdad, pero para ello debe desechar todo lo que hasta ese momento  había dado por verdadero y cuestionarlo todo, es decir, ponerlo en duda, hasta que, una vez filtrado adecuadamente por el nuevo método, el método cartesiano, darlo por verdadero, sin lugar a dudas.

La meditación que hice ayer me ha llenado el espíritu de tantas dudas, que ya no me es posible olvidarlas. Y, sin embargo, no veo de qué manera voy a resolverlas” (Meditaciones metafísicas, 1641). Este párrafo define perfectamente la personalidad de Descartes y el arduo trabajo en el que se embarca. Descartes se muestra decepcionado con algunas de las verdades que le habían transmitido al descubrir que no todas son ciertas, y esto le lleva a limpiar su mente, olvidándose momentáneamente de la razón, del racionalismo, y acercándose, al menos al principio, a la primera premisa del escepticismo, la duda, y se plantea un gran reto: “Si he de hallar algo cierto y seguro en las ciencias, deberé abstenerme de darle crédito con tanto cuidado como si fuera manifiestamente falso” (Meditaciones metafísicas, 1641).

Este ejercicio de negación que hace Descartes respecto de la ciencia, respecto de la razón, no debió ser nada fácil para él, pero necesitaba un cambio radical en su pensamiento y la duda fue esa palanca que necesitaba para dar un salto atrás en su pensamiento, para volver a hacer el camino del conocimiento, pero esta vez de una forma metódica. Creo que en la actualidad nos vendría muy bien llegar a plantearnos este ejercicio que llevó a cabo Descartes para intentar llegar a la realidad de las cosas, para conocer la “verdadera” verdad, la que se conoce mediante el ejercicio de la razón. 

Si lo pensamos, por poner un ejemplo, todos conocemos a personas, más o menos cercanas, que tienen una cierta ideología, porque la tienen inculcada desde su infancia, y son incapaces de asumir que están equivocados, ni siquiera en las cuestiones más nimias. ¿Por qué nos cuesta tanto asumir la verdad que no nos gusta?, ¿Por qué damos por cierto lo que nos dicen los sentidos?, ¿Por qué no queremos emplear la razón para comprobar lo que hemos aprendido por los sentidos, lo que nos han contado, lo que hemos visto…? Sabemos que muchas veces los sentidos nos han engañado, como a Descartes, pero no hacemos nada.

Ya sé que decía Calderón que “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, pero, ¿no merecería la pena comprobarlo?

Pero Descartes no era como la mayoría de nosotros, a él sí que le interesaba conocer la “verdadera” verdad, y para ello decide despojarse de todo lo que había aprendido, de todos los prejuicios que había en su mente, y se plantea un método para llegar a la verdad, el método cartesiano, un método que parte de la duda metódica, porque Descartes decide usar la duda para, a partir de ella, llegar al conocimiento. Y para ello crea el método cartesiano.

LA SOLUCIÓN: EL MÉTODO.

En el Discurso del método para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias, que así se llamó la obra, Descartes explica el método cartesiano (2ª parte del Discurso del método, 1637), que consta de cuatro reglas, que intentaré describir y comentar brevemente a continuación:

1ª REGLA: LA EVIDENCIA. La primera regla del método es la evidencia. Esta regla consiste en no admitir como verdadero nada que no fuese evidente, es decir, claro y distinto, evitando cuidadosamente la precipitación y la prevención. Por lo tanto, este punto de partida supone, de inicio, una desconfianza en las ciencias y en la propia razón.

Nada más comenzar, Descartes llega a la primera evidencia que es la base a partir de la cual elabora todo su pensamiento filosófico, la duda. Se da cuenta de que dudar es una parte del pensar, del pensamiento, como la imaginación y como el sueño, y, si está dudando, es una evidencia, no puede dudar que está dudando. Por lo tanto, esta duda le lleva a dar por cierta su existencia: “Pienso, luego existo”. Desde luego esta primera premisa es la más importante y desde la que parte todo su pensamiento, porque nuestra existencia nos habilita para conocer otras existencias que están a nuestro alrededor (res Extensa) e incluso para conocer la existencia de Dios (res Infinita).

2ª REGLA: EL ANÁLISIS. La segunda regla del método es el análisis. Consistía en dividir las dificultades encontradas en partes más pequeñas para resolver más fácilmente lo que se está estudiando, hasta encontrar la solución. Este era un trabajo arduo, aunque Descartes pronto se dio cuenta de que en estas divisiones encontraría coincidencias, que podría utilizar como punto de partida en diferentes análisis.

3ª REGLA: LA SÍNTESIS. La tercera regla del método es la síntesis, que consiste en reorganizar todo lo estudiado, desde lo más simple a lo más complejo, y las conclusiones a las que se ha llegado en cada caso.

4ª REGLA: LA COMPROBACIÓN. La cuarta regla del método es la comprobación, que consiste en revisar todo el proceso para comprobar que todos los pasos se han hecho correctamente, que no nos ha quedado nada por hacer y que, por lo tanto, las conclusiones a las que se ha llegado son correctas.
Para poder realizar este arduo trabajo, Descartes decide aislarse del mundo, de sus amigos y conocidos, con el fin de no dejarse influenciar por las opiniones de otros: “la experiencia que tengo de las objeciones que puedan hacerme me quita la esperanza de obtener de ellas algún provecho” (Discurso del método, 1637). Ciertamente, podríamos decir que los conocidos de Descartes no eran tan diferentes a los nuestros, porque, ¿a quién le interesa la verdad?

Realmente es impresionante esta decisión de Descartes, que podríamos decir, dedicó su vida a encontrar la verdad utilizando la razón. Un idealista en toda regla.
Ciertamente recomendable la lectura de “Las meditaciones metafísicas” y de “El discurso del Método”. 

CONCLUSIÓN:

Quiero comenzar esta conclusión con una frase de Descartes que creo que define muy bien su forma de ser y lo que esperaba de su trabajo: “Pero lo que más contento me daba en este método era que, con él tenía la seguridad de emplear mi razón en todo” (Discurso del método, 1637).

Llama la atención esa alegría que dice tener Descartes por haber encontrado un método por el que puede encontrar la verdad por medio de la razón, que imagino podría compararse con la alegría que sentimos cuando resolvemos un problema de matemáticas en el que llevamos horas trabajando.

Pero, ¿por qué era tan importante para Descartes encontrar la “verdadera” verdad, la que proviene de la razón?, ¿por qué no se conformaba con la verdad que sus profesores del colegio de La Fleche le habían enseñado? Desde luego, una de las respuestas está en la tendencia que empezaba a impulsar el Renacimiento, en la que empezaba a tomarse como referencia al sujeto. El centro del que partía la visión del mundo, la explicación de lo que ocurría a nuestro alrededor, ya no era la naturaleza, como había sido en la antigüedad, ni Dios, como en la Edad Media, sino que era el sujeto, el ser humano.

Sin embargo, a mi modo de ver, hay otra cuestión que no me es ajena, que es ese interés que pone Descartes en un asunto tan complejo y difícil de llevar a cabo como es la búsqueda de la verdad, de una verdad razonada filtrada por un método que él mismo ideó, un método matemático cuyo resultado no dejaba lugar a dudas. Descartes trató incansablemente de buscar la verdad indudable, la “verdadera” verdad que ya he mencionado, la que resulta de la razón.  Como él mismo diría en otra ocasión: “Despiertos o dormidos, no debemos dejarnos persuadir nunca sino por la evidencia de la razón” (Discurso del método, 1637).

Por lo tanto, la duda que plantea Descartes no diría que se parece a la duda escéptica, planteada por los escépticos como una duda de negación a conocer la realidad, sino que se trata de una duda metódica, que Descartes toma conscientemente como punto de partida de su pensamiento para llegar a conocer la realidad de nuestro propio ser y, a partir de la certeza de nuestra existencia, llegar a conocer otras realidades, otras existencias, como Dios y el mundo.

Como hemos visto, la duda es una fuente de conocimiento, como lo puede ser la curiosidad, pero la duda que nos plantea Descartes va más allá, porque no confía en los sentidos ni en la razón, y esta desconfianza nos lleva a no dar nada por seguro ni cierto sin más, y por lo tanto, a comprobar, revisar, estudiar, investigar,…, y, como resultado final de este arduo trabajo, llegar al conocimiento verdadero, a la “verdadera” verdad, a esa verdad que llega por el camino de la razón.


Por lo tanto, desconfiemos de los sentidos, desconfiemos de las apariencias, ¡¡¡dudemos!!!

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miércoles, 25 de noviembre de 2015

SÓCRATES, EL PRIMER FILÓSOFO OCCIDENTAL

Sócrates es un filósofo que busca conocer la verdad de las cosas y, por ello, choca frontalmente con el pensamiento sofista, ya que a los sofistas no les interesaba tanto conocer la verdad, como la forma de comunicarla. Sócrates no se considera un orador, al menos un orador como eran los sofistas, por eso cuando comienza el juicio pide que no se tengan en cuenta las palabras que utiliza, sino que se tenga en cuenta que dice la verdad, al contrario que los que le han acusado, que se han expresado muy bien, con palabras muy bellas, pero que no han dicho ninguna verdad. Los sofistas no buscan las verdades profundas de las cosas, sino que se quedan en la apariencia de las cosas, prefieren decir lo que los demás quieren oír que profundizar en el conocimiento de la verdad. Sócrates cree que no hay justicia sin verdad, por lo tanto, si él dice la verdad, también dice lo justo.

Tras la manifestación del oráculo de Delfos y examinar uno a uno a los ciudadanos que eran conocidos como los más sabios de Atenas (políticos, oradores, poetas, artesanos), Sócrates llega a la conclusión de que no son tan sabios como se decía y que su sabiduría era más bien aparente que real. 

Finalmente, después de hablar con ellos, se da cuenta de que él era más sabio que ellos porque él sabía que no era sabio y su ignorancia es la que le lleva a profundizar para llegar a la verdad. Sin embargo, el resto de sabios de Atenas, creían que sabían, cuando no sabían, y por eso no llegaban a saber, a profundizar en el conocimiento para conocer la verdad. Llega a la conclusión de que Dios es el único sabio.




A Sócrates se le acusa de corromper a los jóvenes, porque estaba dando unas enseñanzas que iban contra el sistema establecido, y de no creer en los dioses del Estado, porque, como los presocráticos, busca el origen de las cosas, aunque no como ellos.

Sócrates también se diferencia de los sofistas en que no cobra por enseñar, sino que dialoga con sus alumnos para, desde el diálogo, encontrar la verdad. Los sofistas, que cobran por enseñar, no están interesados, por lo tanto, en encontrar la verdad, sino en transmitir una enseñanza que les iba a reportar unos ingresos.

En ese sentido de búsqueda de la verdad, de profundizar en el conocimiento, se podría decir que Sócrates es el primer filósofo occidental, ya que no se conforma con lo que le cuentan y no da nada por aceptado, sino que profundiza, estudia y examina hasta llegar al conocimiento, hasta llegar a la verdad, y entonces asumirla como propia.




Para Sócrates el método mayéutico tenía mucho que ver con el oficio de comadrona de su madre, porque igual que ella ayudaba a dar a luz a los niños también él ayudaba a dar a luz las ideas en la mente de sus interlocutores. 

Tres momentos principales encontramos en este método: 

  • Primer momento: mediante la ironía ayudaba a su interlocutor a caer en la cuenta de su ignorancia de partida, la ignorancia de quien no sabe nada, para poder así comenzar un diálogo en la búsqueda conjunta de la verdad. 
  • Segundo momento: la mayéutica propiamente dicha, es decir el diálogo interrogativo socrático que ayuda a “sacar” del interior del hombre las verdades que habitan en él porque son innatas, las ideas son innatas. 
  • Tercer momento: por último el descubrimiento, esto es, el alumbramiento del concepto universal expresado en la definición de las cosas. 
De esta manera, mediante este método mayéutico el filósofo, el maestro, conduce al interlocutor o al discípulo a “la” verdad objetiva, no a “su” verdad subjetiva.


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