A principios de 1965 John y Dominique de Menil encargaron a Rothko la realización de varios murales para la capilla que iban a construir en St. Thomas Catholic University, de Houston. Finalmente, Rothko participaría también en la planificación del edificio.
La
intención de Rothko era disponer de un espacio en el que conseguir la máxima
interrelación entre la arquitectura, la luz y sus pinturas. Para ello, diseñó un edificio
de planta octogonal, con la intención de que las pinturas rodeasen al
espectador, y de líneas sencillas en el exterior, para darle todo el
protagonismo a sus pinturas.
Rothko
daba una gran importancia al lugar desde el que el espectador contemplaba sus obras, por lo que
el mismo se encargaba de la disposición espacial de sus exposiciones.
La
distancia del espectador a sus cuadros, la altura a la que estos se situaban,
la iluminación de la sala…, todos estos aspectos eran de suma importancia para
lograr que el espectador pudiera disfrutar de una experiencia trascendental,
casi mística.
Podría
decirse que mientras que el exterior de la capilla refleja la realidad que se
conoce mediante los sentidos, el interior refleja la realidad que se conoce
mediante la razón.
En el
interior de la capilla se distribuyen catorce pinturas de colores oscuros en
los ocho muros que forman la capilla, prescindiendo de la entrada. Las pinturas
se dividen en dos grupos de siete, que contrastan entre sí. Siete de ellas en
un rectángulo negro de contornos nítidos y otras siete monocromas con un efecto
más orgánico, más natural. La capilla es oscura, sin ventanas, por lo que los
murales producen que el espectador se enfrente a una sensación de melancolía y
soledad consigo mismo, donde la oscuridad, los colores y la luz “negra” lo
sumergen en un mundo interior de múltiples sensaciones.
Sin
embargo, Rothko no buscaba que sus pinturas tuvieran una explicación racional
ni que su contemplación causara una experiencia consoladora ni satisfactoria en
el espectador, sino que, más bien, su intención era crear el ambiente necesario
para que el espectador se pudiera sumergir en un mundo interior de tinieblas
desde donde pudiera experimentar las sensaciones más íntimas. Para conseguirlo,
Rothko enfrenta las luces y las sombras, el color y la oscuridad, lo visible y
lo invisible, la presencia y la ausencia…, encontrando en esta tensión entre
los opuestos las sensaciones más profundas del interior humano.
Las
pinturas de Rothko se encuentran a medio camino entre la belleza formal y su
contenido espiritual y, aun tratándose de pinturas que no son estrictamente
religiosas, logran encajar perfectamente en el espacio y en el ambiente
religioso de la capilla.
Para Rothko, cada espectador debía percibir sus propias
sensaciones frente a sus cuadros, y estas sensaciones debían experimentarse de
forma libre, sin prejuicios externos ni ideas preconcebidas, sólo frente a sus
cuadros, sus vivencias y sus miedos. Por este motivo, Rothko evitaba poner
nombres a sus obras, ya que pensaba que estos podrían influir en el espectador cuando
se sentase frente a sus cuadros y se enfrentase a ese cúmulo de sensaciones
interiores.
Para Rothko para que el arte pueda conmover al ser humano
es necesario que sea capaz de distorsionar las formas tradicionales, creando
nuevas formas que sean capaces de sacarnos de nosotros mismos y de adentrarnos
en ese abstracto mundo que existe en nuestro interior, tan cercano como
desconocido para nosotros.
Además, los símbolos del subconsciente son semejantes a los
símbolos religiosos, por lo que resulta muy acertada la utilización por parte
de la pintura de la abstracción para evocar la religiosidad, lo trascendental y
lo místico.
El lenguaje abstracto de Rothko parte de la creencia de que
los principios y las fuerzas que gobiernan el universo pueden explicarse mediante
la abstracción. Por este motivo, Rothko compara a Dios con la abstracción, ya
que no podemos acceder a la idea de Dios ni explicarlo de forma directa, sino
de forma abstracta.
Para explicar esta relación entre la religiosidad y la
abstracción, Rothko llegará a decir: “Como
sucede con la antigua idea de Dios, la abstracción misma en su desnudez no se
puede aprehender nunca de manera directa. Como en el caso de Dios, sólo podemos
conocer sus manifestaciones a través de sus obras, que aun cuando nunca revelan
completamente la abstracción en su conjunto, la simbolizan a través de la
manifestación de sus diferentes rostros en la obra de arte. Por eso, sentir
belleza es participar en la abstracción a través de un medio particular. En un
sentido, se trata de una reflexión sobre la infinitud de la realidad. En el
caso de que llegáramos a conocer la apariencia de la abstracción misma,
estaríamos constantemente reproduciendo sólo su imagen. Lo que tenemos es la manifestación
de la variedad infinita de sus rostros inagotables, por lo cual debemos estar
agradecidos”.
En resumen, la intención de Rothko en las pinturas de la
capilla, así como en la disposición y el entorno de las mismas, es crear el
ambiente adecuado (iluminación, color, oscuridad…) para que el espectador pueda
llegar a encontrarse con su yo interior y para que desde ese encuentro interior
pueda llegar a conseguir sensaciones únicas que, habitualmente, sólo se pueden
experimentar desde la religiosidad mística.
Cuando el espectador se sienta delante de las pinturas de
la Capilla Rothko no imagina nada, no piensa en nada, sino que siente la
necesidad de huir hacia dentro de sí mismo, viéndose reflejado y a la vez
intimidado por la monumentalidad de las
pinturas, de las que emergen formas que no son apreciables a simple vista y que
nos sorprenderán.
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