lunes, 16 de abril de 2018

DESCRIPCIÓN DEL LABORATORIO DE MARIE CURIE

INTRODUCCIÓN.

Antes de comenzar esta exposición es relevante señalar que Marie Curie (1867-1934), es una científica de origen polaco, nacionalizada francesa, descubridora, junto con su esposo, Pierre Curie, de dos sustancias químicas radiactivas: el polonio y el radio. Marie fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel, siendo galardonada con el Nobel de Física en 1903, compartido con su esposo y con Becquerel, y el de Química en 1911.


EL LABORATORIO DE MARIE CURIE.

Henri Becquerel había descubierto en 1896 que el uranio emitía rayos de naturaleza desconocida. El origen desconocido de estos rayos “uránicos”, que más tarde los Curie bautizaron como radiactividad, llamó la atención del matrimonio Curie, que vieron en ellos una fuente de inspiración para sus trabajos y para profundizar en los estudios de doctorado de Marie, por lo que decidieron ponerse manos a la obra. Para ello, necesitaban un laboratorio donde Marie pudiera realizar sus experimentos. Tras hacer Pierre Curie varias gestiones con el director de la Escuela de Física, los Curie lograron que la Escuela les cediera un local, aunque no era el laboratorio que deseaban, se trataba, más bien, de un taller bastante mediocre, que difícilmente podría llegar a la categoría de laboratorio.

Como muy bien describe su hija Eve, se trataba de un taller cerrado con vidrieras, situado en la planta baja de los edificios de la Escuela de Física, era una habitación llena de trastos, rezumante de vapores, que servía a la vez de almacén y de sala de máquinas. Su disposición técnica era rudimentaria y su comodidad, nula. La instalación eléctrica del  local era deficiente y no disponía del material necesario para que Marie pudiera realizar sus investigaciones científicas. Además, el clima del local era fatal para los aparatos sensibles que debía utilizar Marie y nefasto para su salud; Marie llegó a anotar una temperatura de seis grados centígrados en el taller, muy lejos de la temperatura idónea para  trabajar, investigar y experimentar. La precaria maquinaria del taller se reducía a una cámara de ionización, un electrómetro y un cuarzo piezoeléctrico, pero fueron suficientes para Marie, que pronto descubre (1898) en ese húmedo y pequeño taller donde trabajaba, la existencia de dos sustancias presentes en el uranio y desconocidas hasta la fecha, pero con un poder de radiación muy superior al uranio. A la primera de estas sustancias, Marie la llamó “polonio”, en recuerdo de su país, y al segundo lo llamaron “radio”.

Sin embargo, el trabajo no había terminado, ahora había que hallar el peso atómico de estas nuevas sustancias radiactivas, para que estas fueran reconocidas científicamente. Tal y como describe Eve Curie, el taller donde trabajaban sus padres daba a un patio y, enfrente del mismo había una barraca de madera, un hangar abandonado, cuya techumbre de cristales estaban en estado tan lamentable, que por él se filtraba el agua de la lluvia. En el hangar no había piso, sólo una leve capa de betún que cubría el suelo y, como mobiliario, varias vetustas mesas de cocina, una pizarra y una vieja estufa de hierro con el tubo enmohecido.
El hangar era realmente incómodo, en verano parecía un invernadero, debido a su techo de vidrio, y en invierno un congelador. Por si fuera poco, cuando llovía el agua goteaba sobre las mesas de trabajo y la estufa solo calentaba cuando los Curie se situaban junto a ella. Por otro lado, la mayor parte de los tratamientos debían hacerse en el patio, al aire libre, ya que la instalación del hangar no disponía de conducciones para sacar al exterior los gases tóxicos. Los Curie trabajaron en estas condiciones durante cuatro años (1898-1902), dividiéndose el trabajo; mientras Pierre investigaba en el hangar, Marie experimentaba en el patio.

Sin embargo, la precariedad del “laboratorio” no era comparable a la curiosidad de Marie, que disfrutaba investigando y que escribiría: “A pesar de las dificultades de nuestras condiciones de trabajo, nos sentíamos felices. Nuestros días transcurrían en el laboratorio.  Cuando teníamos frío, una taza de té caliente, tomada cerca de la estufa, nos confortaba. Vivíamos en una preocupación única, como en un sueño”.

CONCLUSIÓN.

De todo lo expuesto se desprende que en los albores del siglo XX la experimentación todavía no tenía la importancia de la investigación y los laboratorios todavía eran simples talleres situados, en general, en las zonas menos dignas de las universidades. Sin embargo, para los científicos como Marie Curie cualquier lugar, por precario que fuese, era apropiado para realizar sus investigaciones, convirtiéndolo en el mejor de los laboratorios. En este sentido, es ilustrativo lo que escribe Marie: “… sin perturbar esta atmósfera de paz y de recogimiento que es la verdadera atmósfera de un laboratorio”.

Bibliografía

Curie, Eve. «La vida heróica de Marie Curie, descubridora del radio, contada por su hija Eve Curie.» En La vida heróica de Marie Curie, descubridora del radio, contada por su hija Eve Curie, de Eve Curie, Capítulos 12 y 13. Madrid: Editorial Espasa Calpe, 1960.


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