INTRODUCCIÓN.
Antes
de comenzar esta exposición es relevante señalar que Marie Curie (1867-1934), es
una científica de origen polaco, nacionalizada francesa, descubridora, junto
con su esposo, Pierre Curie, de dos sustancias químicas radiactivas: el polonio
y el radio. Marie fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel, siendo
galardonada con el Nobel de Física en 1903, compartido con su esposo y con
Becquerel, y el de Química en 1911.
EL LABORATORIO DE MARIE CURIE.
Henri
Becquerel había descubierto en 1896 que el uranio emitía rayos de naturaleza
desconocida. El origen desconocido de estos rayos “uránicos”, que más tarde los
Curie bautizaron como radiactividad, llamó la atención del matrimonio Curie,
que vieron en ellos una fuente de inspiración para sus trabajos y para
profundizar en los estudios de doctorado de Marie, por lo que decidieron
ponerse manos a la obra. Para ello, necesitaban un laboratorio donde Marie pudiera
realizar sus experimentos. Tras hacer Pierre Curie varias gestiones con el
director de la Escuela de Física, los Curie lograron que la Escuela les cediera
un local, aunque no era el laboratorio que deseaban, se trataba, más bien, de
un taller bastante mediocre, que difícilmente podría llegar a la categoría de
laboratorio.
Como
muy bien describe su hija Eve, se trataba de un taller cerrado con vidrieras,
situado en la planta baja de los edificios de la Escuela de Física, era una
habitación llena de trastos, rezumante de vapores, que servía a la vez de
almacén y de sala de máquinas. Su disposición técnica era rudimentaria y su
comodidad, nula. La instalación eléctrica del
local era deficiente y no disponía del material necesario para que Marie
pudiera realizar sus investigaciones científicas. Además, el clima del local
era fatal para los aparatos sensibles que debía utilizar Marie y nefasto para
su salud; Marie llegó a anotar una temperatura de seis grados centígrados en el
taller, muy lejos de la temperatura idónea para
trabajar, investigar y experimentar. La precaria maquinaria del taller
se reducía a una cámara de ionización, un electrómetro y un cuarzo
piezoeléctrico, pero fueron suficientes para Marie, que pronto descubre (1898)
en ese húmedo y pequeño taller donde trabajaba, la existencia de dos sustancias
presentes en el uranio y desconocidas hasta la fecha, pero con un poder de radiación
muy superior al uranio. A la primera de estas sustancias, Marie la llamó “polonio”,
en recuerdo de su país, y al segundo lo llamaron “radio”.
Sin
embargo, el trabajo no había terminado, ahora había que hallar el peso atómico
de estas nuevas sustancias radiactivas, para que estas fueran reconocidas
científicamente. Tal y como describe Eve Curie, el taller donde trabajaban sus
padres daba a un patio y, enfrente del mismo había una barraca de madera, un
hangar abandonado, cuya techumbre de cristales estaban en estado tan
lamentable, que por él se filtraba el agua de la lluvia. En el hangar no había
piso, sólo una leve capa de betún que cubría el suelo y, como mobiliario, varias
vetustas mesas de cocina, una pizarra y una vieja estufa de hierro con el tubo
enmohecido.
El
hangar era realmente incómodo, en verano parecía un invernadero, debido a su
techo de vidrio, y en invierno un congelador. Por si fuera poco, cuando llovía
el agua goteaba sobre las mesas de trabajo y la estufa solo calentaba cuando
los Curie se situaban junto a ella. Por otro lado, la mayor parte de los
tratamientos debían hacerse en el patio, al aire libre, ya que la instalación
del hangar no disponía de conducciones para sacar al exterior los gases
tóxicos. Los Curie trabajaron en estas condiciones durante cuatro años
(1898-1902), dividiéndose el trabajo; mientras Pierre investigaba en el hangar,
Marie experimentaba en el patio.
Sin
embargo, la precariedad del “laboratorio” no era comparable a la curiosidad de
Marie, que disfrutaba investigando y que escribiría: “A pesar de las dificultades de nuestras condiciones de trabajo, nos
sentíamos felices. Nuestros días transcurrían en el laboratorio. Cuando teníamos frío, una taza de té caliente,
tomada cerca de la estufa, nos confortaba. Vivíamos en una preocupación única,
como en un sueño”.
CONCLUSIÓN.
De todo
lo expuesto se desprende que en los albores del siglo XX la experimentación
todavía no tenía la importancia de la investigación y los laboratorios todavía eran
simples talleres situados, en general, en las zonas menos dignas de las
universidades. Sin embargo, para los científicos como Marie Curie cualquier
lugar, por precario que fuese, era apropiado para realizar sus investigaciones,
convirtiéndolo en el mejor de los laboratorios. En este sentido, es ilustrativo
lo que escribe Marie: “… sin perturbar
esta atmósfera de paz y de recogimiento que es la verdadera atmósfera de un
laboratorio”.
Bibliografía
Curie, Eve. «La vida
heróica de Marie Curie, descubridora del radio, contada por su hija Eve Curie.»
En La vida heróica de Marie Curie, descubridora del radio, contada por su
hija Eve Curie, de Eve Curie, Capítulos 12 y 13. Madrid: Editorial Espasa
Calpe, 1960.
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