ANTECEDENTES.
Tras las invasiones bárbaras y la caída definitiva del Imperio Romano de Occidente en el año 476, la primacía política universal pasaría al Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino. A partir de este momento los emperadores de Oriente intentaron, sin éxito, trasladar la Santa Sede desde Roma, antigua capital imperial, a Constantinopla (Bizancio), capital del nuevo imperio, pero los Papas siempre se negaron a abandonar la ciudad de Pedro. Paradójicamente, los ocho primeros concilios tuvieron lugar en territorio oriental, donde se encontraba la capital política del Imperio Bizantino. Con el tiempo las diferencias entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente se fueron haciendo más evidentes y los Patriarcas de Constantinopla, apoyados en los emperadores bizantinos, comenzaron a tratar de independizarse de la Iglesia de Roma. Por otra parte, los emperadores bizantinos entendían que la sede de la Iglesia debía estar en Constantinopla, como capital del Imperio, y preferían que fuera así porque los Patriarcas, a diferencia del Papa, estaban sometidos a su jurisdicción. Poco a poco, los emperadores bizantinos se fueron separando política y religiosamente de Roma y de Occidente y, cuando estas diferencias ya empezaban a ser importantes, la expansión del Islam, que llegó a rodear al Imperio Bizantino creándole graves problemas, no hizo sino contribuir a aumentar estas diferencias entre Oriente y Occidente.
Otra cuestión que contribuyó a la
separación entre Oriente y Occidente fue el conflicto de las imágenes. Mientras
en Oriente existía una gran tradición de veneración de las imágenes sagradas,
en Occidente no era así, ya que se entendía que la divinidad no podía ser
representada con imágenes. Esta situación provocó importantes enfrentamientos
entre los defensores de la adoración de las imágenes y los contrarios a ello
(iconoclastas), produciéndose continuas prohibiciones y restauraciones del
culto a las imágenes.
Aunque la adoración de las
imágenes terminó legitimándose, este conflicto contribuyó a aumentar el
distanciamiento entre la Iglesia Romana de Occidente y la Iglesia Bizantina de
Oriente.
EL CISMA DE FOCIO (S. IX).
La situación de enfrentamiento
entre ambas Iglesias empeoró considerablemente el siglo IX durante los patriarcados
de Ignacio, que representaba la facción monacal, y Focio, que representaba la
facción secular, y siendo Papa de Roma Nicolás I. Estos dos Patriarcas se
sucedieron en varias ocasiones. El conflicto más importante llegó cuando Ignacio
negó la comunión a un tío del Emperador Miguel III, por su vida licenciosa, lo
que provocó su destitución por parte del Emperador y que Focio fuera nombrado
Patriarca en su lugar. Focio se dirigió al Papa Nicolás I para recibir su
confirmación pero el Papa, conocedor de los informes de Ignacio, mandó a sus
legados con instrucciones precisas para deponer a Focio y restituir a Ignacio
en el Patriarcado. Sin embargo, los legados no llevaron a cabo las
instrucciones recibidas del Papa y confirmaron a Focio como Patriarca de
Constantinopla en el Sínodo celebrado en esta ciudad en el año 861. El Papa
reaccionó excomulgando a sus legados, al Patriarca y al Emperador. Focio, como
represalia, decidió excomulgar al mismísimo Papa acusándole de herejía por
utilizar en el Credo la fórmula “filioque” (y del Hijo), fórmula que estaba
prohibido utilizar, pero que en la práctica se seguía utilizando.
Finalmente, al ser derrocado el
Emperador Miguel III por Basilio I, Focio fue depuesto e Ignacio recuperó el
Patriarcado de Constantinopla, volviendo la normalidad. Aunque el cisma de
Focio sólo duró nueve años, entre el año 858 y el 867, contribuyó a crear una
fuerte conciencia anti-papal y las condiciones propicias para una futura
ruptura.
EL CISMA DE CERULARIO (S. XI).
La ruptura definitiva entre ambas
iglesias llegaría en el siglo XI durante el patriarcado de Miguel Cerulario. Elegido
Patriarca de Constantinopla en 1043, sentía grandes antipatías hacia todo lo
occidental, principalmente hacia la Santa Sede, lo que lo llevó a acusar de
continuas herejías al Papa León IX. Para resolver el conflicto el Papa mandó
una delegación a Constantinopla dirigida por su consejero el monje Humberto,
pero posiblemente no fue la mejor elección, ya que este personaje sentía
grandes antipatías por la Iglesia Bizantina y aprovechó el viaje para
excomulgar a los jerarcas bizantinos.
La respuesta de Cerulario no se
hizo esperar e inmediatamente excomulgó a los legados y al propio Papa de Roma,
rompiendo relaciones con la Santa Sede en el año 1054.
A pesar de que Cerulario fue
depuesto y desterrado, la situación no se normalizó, como había ocurrido en
anteriores cismas, como con el de Focio, y el cisma todavía continúa.
Aunque a partir del año 1054 la
Iglesia Ortodoxa Bizantina sigue su propio camino, desvinculado de la Iglesia
Católica Romana, la realidad es que no podemos calificarla como una Iglesia
herética, puesto que acepta todos los dogmas de la Iglesia Católica, sino como una
Iglesia cismática, ya que no reconoce la autoridad del Papa.
CONCLUSIÓN.
La ruptura entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de
Constantinopla comenzó a gestarse a partir de la caída del Imperio Romano de
Occidente y la primacía del Imperio Romano de Oriente. La capitalidad del nuevo
imperio de la ciudad de Bizancio, posteriormente Constantinopla, hizo que tanto
Emperadores como Patriarcas bizantinos reclamasen el traslado de la Santa Sede
a la nueva capital del Imperio.
Posteriormente, llegaría el conflicto de las
imágenes y otros de menor entidad, pero que poco a poco fueron ampliando la
herida entre ambas Iglesias. El cisma de Focio, en el siglo IX sentaría las
bases para una ruptura definitiva, que llegaría finalmente en el siglo XI con
el cisma de Cerulario.
Por lo que he podido indagar, el cisma de Oriente
es una suma de pequeños desencuentros (aún con alguno de cierta entidad) a lo
largo de los siglos, en los que la política imperial ha influido notablemente y
ha perjudicado la relación entre ambas Iglesias. Hay que hacer notar que la
Santa Sede escapaba al control del Imperio, lo que motivó que los Emperadores
apoyasen continuamente la ruptura. Pero, además de los intereses políticos, hay
que mencionar las pequeñas diferencias de criterio, e incluso dogmáticas, que
hubo durante siglos entre ambas Iglesias respecto a cuestiones en la mayoría de
los casos menores, como es el caso de la fórmula “filioque”, que fueron minando
la confianza y que finalmente desembocaron en el año 1054 en una ruptura,
anunciada desde siglos atrás, y que continúa en la actualidad.
Como se ha visto, la Iglesia Oriental no es una
Iglesia herética, lo que sería mucho más grave, sino que es una Iglesia
cismática, que no acepta la autoridad del Papa.
Por lo tanto, no parece que las diferencias entre
ambas Iglesias puedan calificarse de irresolubles, sino más bien al contrario.
De hecho, tras casi mil años de separación, en la actualidad la distancia entre
ambas Iglesias se ha reducido considerablemente y la relación entre ellas y
entre sus cabezas visibles, el Papa Católico y el Patriarca Ortodoxo, es fluida
y amistosa, una línea fraternal que nunca debieron abandonar.
Bibliografía
Orlandis,
José. «Oriente y Occidente cristianos (1054-2004). Novecientos cincuenta años
de Cisma.» AHIg 13, 2004: 247-256.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
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