viernes, 28 de abril de 2017

EL CISMA DE ORIENTE


ANTECEDENTES.


Tras las invasiones bárbaras y la caída definitiva del Imperio Romano de Occidente en el año 476, la primacía política universal pasaría al Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino. A partir de este momento los emperadores de Oriente intentaron, sin éxito, trasladar la Santa Sede desde Roma, antigua capital imperial, a Constantinopla (Bizancio), capital del nuevo imperio, pero los Papas siempre se negaron a abandonar la ciudad de Pedro. Paradójicamente, los ocho primeros concilios tuvieron lugar en territorio oriental, donde se encontraba la capital política del Imperio Bizantino. Con el tiempo las diferencias entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente se fueron haciendo más evidentes y los Patriarcas de Constantinopla, apoyados en los emperadores bizantinos, comenzaron a tratar de independizarse de la Iglesia de Roma. Por otra parte, los emperadores bizantinos entendían que la sede de la Iglesia debía estar en Constantinopla, como capital del Imperio, y preferían que fuera así porque los Patriarcas, a diferencia del Papa, estaban sometidos a su jurisdicción. Poco a poco, los emperadores bizantinos se fueron separando política y religiosamente de Roma y de Occidente y, cuando estas diferencias ya empezaban a ser importantes, la expansión del Islam, que llegó a rodear al Imperio Bizantino creándole graves problemas, no hizo sino contribuir a aumentar estas diferencias entre Oriente y Occidente.

Otra cuestión que contribuyó a la separación entre Oriente y Occidente fue el conflicto de las imágenes. Mientras en Oriente existía una gran tradición de veneración de las imágenes sagradas, en Occidente no era así, ya que se entendía que la divinidad no podía ser representada con imágenes. Esta situación provocó importantes enfrentamientos entre los defensores de la adoración de las imágenes y los contrarios a ello (iconoclastas), produciéndose continuas prohibiciones y restauraciones del culto a las imágenes.

Aunque la adoración de las imágenes terminó legitimándose, este conflicto contribuyó a aumentar el distanciamiento entre la Iglesia Romana de Occidente y la Iglesia Bizantina de Oriente.

EL CISMA DE FOCIO (S. IX).

La situación de enfrentamiento entre ambas Iglesias empeoró considerablemente el siglo IX durante los patriarcados de Ignacio, que representaba la facción monacal, y Focio, que representaba la facción secular, y siendo Papa de Roma Nicolás I. Estos dos Patriarcas se sucedieron en varias ocasiones. El conflicto más importante llegó cuando Ignacio negó la comunión a un tío del Emperador Miguel III, por su vida licenciosa, lo que provocó su destitución por parte del Emperador y que Focio fuera nombrado Patriarca en su lugar. Focio se dirigió al Papa Nicolás I para recibir su confirmación pero el Papa, conocedor de los informes de Ignacio, mandó a sus legados con instrucciones precisas para deponer a Focio y restituir a Ignacio en el Patriarcado. Sin embargo, los legados no llevaron a cabo las instrucciones recibidas del Papa y confirmaron a Focio como Patriarca de Constantinopla en el Sínodo celebrado en esta ciudad en el año 861. El Papa reaccionó excomulgando a sus legados, al Patriarca y al Emperador. Focio, como represalia, decidió excomulgar al mismísimo Papa acusándole de herejía por utilizar en el Credo la fórmula “filioque” (y del Hijo), fórmula que estaba prohibido utilizar, pero que en la práctica se seguía utilizando.

Finalmente, al ser derrocado el Emperador Miguel III por Basilio I, Focio fue depuesto e Ignacio recuperó el Patriarcado de Constantinopla, volviendo la normalidad. Aunque el cisma de Focio sólo duró nueve años, entre el año 858 y el 867, contribuyó a crear una fuerte conciencia anti-papal y las condiciones propicias para una futura ruptura.

EL CISMA DE CERULARIO (S. XI).

La ruptura definitiva entre ambas iglesias llegaría en el siglo XI durante el patriarcado de Miguel Cerulario. Elegido Patriarca de Constantinopla en 1043, sentía grandes antipatías hacia todo lo occidental, principalmente hacia la Santa Sede, lo que lo llevó a acusar de continuas herejías al Papa León IX. Para resolver el conflicto el Papa mandó una delegación a Constantinopla dirigida por su consejero el monje Humberto, pero posiblemente no fue la mejor elección, ya que este personaje sentía grandes antipatías por la Iglesia Bizantina y aprovechó el viaje para excomulgar a los jerarcas bizantinos.

La respuesta de Cerulario no se hizo esperar e inmediatamente excomulgó a los legados y al propio Papa de Roma, rompiendo relaciones con la Santa Sede en el año 1054.

A pesar de que Cerulario fue depuesto y desterrado, la situación no se normalizó, como había ocurrido en anteriores cismas, como con el de Focio, y el cisma todavía continúa.

Aunque a partir del año 1054 la Iglesia Ortodoxa Bizantina sigue su propio camino, desvinculado de la Iglesia Católica Romana, la realidad es que no podemos calificarla como una Iglesia herética, puesto que acepta todos los dogmas de la Iglesia Católica, sino como una Iglesia cismática, ya que no reconoce la autoridad del Papa.


CONCLUSIÓN.


La ruptura entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla comenzó a gestarse a partir de la caída del Imperio Romano de Occidente y la primacía del Imperio Romano de Oriente. La capitalidad del nuevo imperio de la ciudad de Bizancio, posteriormente Constantinopla, hizo que tanto Emperadores como Patriarcas bizantinos reclamasen el traslado de la Santa Sede a la nueva capital del Imperio.

Posteriormente, llegaría el conflicto de las imágenes y otros de menor entidad, pero que poco a poco fueron ampliando la herida entre ambas Iglesias. El cisma de Focio, en el siglo IX sentaría las bases para una ruptura definitiva, que llegaría finalmente en el siglo XI con el cisma de Cerulario.  

Por lo que he podido indagar, el cisma de Oriente es una suma de pequeños desencuentros (aún con alguno de cierta entidad) a lo largo de los siglos, en los que la política imperial ha influido notablemente y ha perjudicado la relación entre ambas Iglesias. Hay que hacer notar que la Santa Sede escapaba al control del Imperio, lo que motivó que los Emperadores apoyasen continuamente la ruptura. Pero, además de los intereses políticos, hay que mencionar las pequeñas diferencias de criterio, e incluso dogmáticas, que hubo durante siglos entre ambas Iglesias respecto a cuestiones en la mayoría de los casos menores, como es el caso de la fórmula “filioque”, que fueron minando la confianza y que finalmente desembocaron en el año 1054 en una ruptura, anunciada desde siglos atrás, y que continúa en la actualidad.

Como se ha visto, la Iglesia Oriental no es una Iglesia herética, lo que sería mucho más grave, sino que es una Iglesia cismática, que no acepta la autoridad del Papa.

Por lo tanto, no parece que las diferencias entre ambas Iglesias puedan calificarse de irresolubles, sino más bien al contrario. De hecho, tras casi mil años de separación, en la actualidad la distancia entre ambas Iglesias se ha reducido considerablemente y la relación entre ellas y entre sus cabezas visibles, el Papa Católico y el Patriarca Ortodoxo, es fluida y amistosa, una línea fraternal que nunca debieron abandonar.

Bibliografía                               

Orlandis, José. «Oriente y Occidente cristianos (1054-2004). Novecientos cincuenta años de Cisma.» AHIg 13, 2004: 247-256.



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