INTRODUCCIÓN.
El siglo XVII comienza en los territorios peninsulares de la Monarquía Hispánica con grandes problemas, tanto internos como externos. Para mitigarlos, Felipe III y su valido, el Duque de Lerma, pusieron en marcha numerosas reformas, que resultaron ser un fracaso en la práctica. Cuando en 1621 Felipe IV accede a la corona de Castilla, hereda unos territorios peninsulares en plena crisis económica. Su valido, el Conde-Duque de Olivares, al igual que hiciera su antecesor, llevó a cabo numerosas reformas, poniendo en marcha, por ejemplo, las Juntas de Reformación y los Artículos de Reformación, con la intención de sanear la Hacienda real. Su programa político promovía políticas: de austeridad (reducción de personal, creación de leyes suntuarias, sustitución de la gola o gorguera por la golilla,…); de población (incentivación de la nupcialidad y la natalidad, ayuda a los huérfanos,…); de finanzas (creación de bancos públicos para dar créditos a bajo interés, sustitución del impuesto de millones por tropas,…); y contra la corrupción (se intenta acabar con la corrupción que estaba asentada en la Corte castellana desde la llegada del Duque de Lerma).
En este contexto, en 1624 el Conde-Duque remitió a Felipe IV
una instrucción secreta, conocida como Gran Memorial, en la que animaba al rey
a llevar a cabo ciertas actuaciones en los territorios no castellanos de la
península, con la intención de conseguir un Estado peninsular homogéneo y
unificado, ya que en estos momentos la Monarquía Hispánica continuaba siendo
una monarquía polisinodial, con diferentes reinos, con sus propias instituciones
cada uno de ellos.
En el Gran Memorial, el Conde-Duque proponía al rey varios caminos
para llegar a la unificación de la península en un Estado homogéneo, algunos de
ellos, relacionados con el uso de la fuerza, consistían en utilizar el ejército
para negociar desde una posición de fuerza, o para ayudar a sofocar una
revuelta popular, previamente instigada, durante la celebración de Cortes.
El objetivo de Olivares era trasladar el sistema político
castellano al resto de reinos peninsulares, con el objetivo de conseguir un
país más homogéneo y más fuerte.
Una de las medidas más importantes llevadas a cabo fue la
Unión de Armas, que se creó con el objetivo de integrar a todos los reinos
peninsulares en los proyectos políticos y militares de la Monarquía Hispánica,
ya que hasta ese momento sólo se podían reclutar tropas en Castilla para participar en operaciones
bélicas fuera de su territorio. Esta medida se aceptó a regañadientes en Aragón
y en Valencia, pero no en Cataluña, porque esta medida iba contra sus fueros.
En 1627 se produce la bancarrota
y, como consecuencia de ello, la subida de los impuestos, y el descontento
generalizado en los territorios peninsulares de la Monarquía Hispánica. A raíz
de la Unión de Armas, Aragón y Valencia colaborarán con Castilla, pero no
ocurrirá lo mismo con Cataluña y Portugal.
En 1643 se produce el cese del
Conde-Duque y con ello se reduce la presión fiscal en el interior y vuelven las
políticas de pacificación en el exterior. Sin embargo, la Monarquía Hispánica
tenía muchos frentes abiertos y una situación económica desastrosa, y se
producen sublevaciones muy importantes en diversos territorios (Cataluña,
Portugal, Andalucía, Palermo, Nápoles y Flandes) e incluso conspiraciones
(Aragón y Navarra).
REBELIÓN EN CATALUÑA.
Al igual que ocurriera en Aragón
y Valencia, con motivo de la Unión de Armas se convocan Cortes en Cataluña en
1626 y en 1632, pero sin obtener ningún resultado. A partir de 1635, Francia ocupa el Rosellón y
la Monarquía Hispánica manda tropas a Cataluña para contener la incursión
francesa, pero la prolongada estancia de las tropas hispanas en Cataluña no
hace sino complicar las cosas, produciéndose en 1640 la rebelión de Cataluña, que
llegó a aliarse con Francia.
La Monarquía Hispánica lleva a
cabo campañas anuales en Cataluña para reconquistar el territorio, dirigidas
por Juan José de Austria. La reconquista fue muy lenta, pero finalmente, en
1652 la Monarquía Hispánica logra reconquistar todo el territorio catalán y en
1659 se firma la Paz de los Pirineos con Francia, que pone fin al conflicto y
que supone la pérdida del Rosellón para la Monarquía Hispánica en favor de
Francia.
REBELIÓN EN PORTUGAL.
Portugal vivió una situación
similar a la de Cataluña, habiéndose producido un distanciamiento respecto de
Castilla en época del Conde-Duque, que fue en aumento. En 1640, aprovechando la
rebelión en Cataluña, Portugal se rebela también contra la Monarquía Hispánica.
Se da la circunstancia de que en Portugal existía una persona, el Duque de
Braganza, que fue capaz de aglutinar en sí mismo el descontento portugués hacia
Castilla. En este caso, la Monarquía Hispánica no destinó desde un principio tantos
recursos como en Cataluña, porque entendía que el problema catalán era más
importante para los intereses castellanos que Portugal que, además, contaba con
el apoyo de Inglaterra y Francia, que trataban de debilitar a la Monarquía
Hispánica abriéndole nuevos frentes.
Entre 1661 y 1663 se redoblan los esfuerzos económicos por parte de la
Monarquía Hispánica para reconquistar Portugal, pero ya era demasiado tarde. Se
trató de una guerra fronteriza, con escasas incursiones, que acabó con la
independencia portuguesa en 1668 tras la firma del Tratado de Lisboa.
CONCLUSIÓN.
Los muchos territorios que atender por parte de la
Monarquía Hispánica, la crítica situación económica a la que se había llegado, que
se hizo notar enormemente desde principios del siglo XVII, así como la
heterogeneidad de los territorios peninsulares, fueron obstáculos difíciles de
superar y, por momentos, insuperables.
En estas circunstancias, la llegada del Conde-Duque
y sus medidas reformistas, principalmente la Unión de Armas, no parece que
fueran la mejor solución en un momento de agobio fiscal de la población y
cuando los fueros todavía estaban demasiado enraizados en territorios como
Aragón, Valencia, Cataluña o Portugal, aunque lo cierto es que Castilla no
podía soportar por sí sola el mantenimiento del enorme imperio de la Monarquía
Hispánica y se hacía obligado hacer algo al respecto.
A nivel internacional, durante estas fechas la
Guerra de los Treinta años se encuentra en su etapa francesa. Francia había
declarado la guerra a la Monarquía Hispánica en 1635 y Cataluña fue uno de los
objetivos de Francia, que finalmente logró conquistar el Rosellón. La ayuda de
Francia a Cataluña y a Portugal, en este caso junto con Inglaterra, para
debilitar a la Monarquía Hispánica hizo muy complicada la recuperación de estos
territorios.
Como se ha visto, las dos rebeliones más
importantes del siglo XVII comienzan en 1640, primero en Cataluña y más tarde
en Portugal, que aprovecha la sublevación catalana. Desde un principio, la
Monarquía Hispánica da mayor importancia a la recuperación de Cataluña,
principalmente porque detrás estaba Francia y de conquistar Cataluña es posible
que la conquista hubiese continuado. Esto hizo que se dejara en segundo plano
la recuperación de Portugal, al menos momentáneamente, esperando un momento
mejor, pero cuando tras la Paz de los Pirineos, la Monarquía Hispánica se
decide a reconquistar Portugal, ya era demasiado tarde. Seguramente no se pensó
que el asunto portugués acabaría como acabó, pero, al contrario que Cataluña,
Portugal contaba con una persona, el Duque de Braganza, que contaba con el apoyo
de la nobleza y de la población, apoyo que se había encargado de aumentar
durante los años en que la Monarquía Hispánica había estado centrada en
recuperar Cataluña. La dedicación de la Monarquía Hispánica a Cataluña desde un
primer momento, para evitar la incursión de Francia, y las campañas anuales que
se llevaron a cabo, influyeron decisivamente en la reconquista, aunque lenta,
de Cataluña.
Bibliografía
Alfredo Floristán. Historia de España en la Edad Moderna.
Barcelona: Ariel, 2011.
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