INTRODUCCIÓN.
Comenzaré por hacer una breve
introducción sobre el concepto de la construcción de las diferencias, que se
encuentra relacionado con la identificación que hacemos los diferentes grupos
de seres humanos entre nosotros para diferenciarnos de otros grupos de seres
humanos.
El origen de estas diferencias entre grupos de seres humanos se encuentra en ciertas convenciones culturales y en ciertas relaciones sociales, que indican a los seres humanos que tienen ciertas características comunes con los seres humanos del mismo grupo y, por el mismo motivo, ciertas diferencias con los seres humanos pertenecientes a otros grupos sociales.
Estas identidades culturales,
como la raza, el género, la etnicidad, la nacionalidad,…, por medio de las
cuales se reconoce la pertenencia a un determinado colectivo son realmente
etiquetas que hemos construido los seres humanos a lo largo de los años en una
sociedad o en un grupo social determinado, son por lo tanto etiquetas
artificiales.
Estas etiquetas de la identidad
pueden utilizarse para estudiar y conocer en profundidad a los diferentes
grupos sociales, pero también pueden ser un arma muy importante y valiosa para
la movilización de la sociedad.
La mayoría de las identidades,
como la identidad nacional, de clase social, religiosa y de género, tienen su
fundamento en la cultura, es decir, en la propia sociedad. Sin embargo, la raza
y el sexo tienen su fundamento en la naturaleza, es decir, son identidades de
origen biológico, aunque hay que tener en cuenta que esta clasificación se hace
desde el ámbito de lo cultural, lo que significa que las diferentes
clasificaciones existentes tienen su origen en la diferente interpretación
cultural que de ellas se hace.
Como se puede apreciar si
profundizamos un poco, podemos distinguir dos procesos diferentes en la
construcción de la identidad:
Por un lado, nos encontramos con
un proceso de inclusión, de adición, que me atrevería a llamar positivo por su
carácter incluyente, que consiste en identificar como iguales a los miembros
del mismo grupo, es decir, a los que tienen la misma identidad.
Por otro lado, nos encontramos
con un proceso de exclusión, de sustracción, que me atrevería a llamar negativo
por su carácter excluyente, que consiste en establecer la identidad propia a
partir del contraste de las diferencias con las identidades de otros grupos
sociales o culturales.
En este sentido de la exclusión
nos encontramos en la historia de la humanidad con diversos grupos sociales que
han sido injustamente estigmatizados, es decir, señalados por sus coetáneos por
el simple hecho de ser diferentes, por cuestiones como la nacionalidad, la
religión, la raza,…
La estigmatización ya la
utilizaban los griegos para marcar el cuerpo de las personas que habían
cometido algún crimen o delito. Se trataba de una señal que permitía a los
griegos identificar a estas personas para guardarse de ellas.
En la actualidad, este concepto
se utiliza para identificar sociedades o grupos sociales que, por alguna razón,
están minusvalorados. Estos grupos sociales (minorías étnicas, minorías
sexuales, personas con discapacidad, personas con enfermedad mental,…) se
encuentran estigmatizados en diferentes grados.
“Tengo dieciséis años y estoy desorientada; le
agradecería que me aconsejara. Cuando pequeña estaba acostumbrada a que los
chicos que vivían en la cuadra se burlaran de mí y no era tan terrible, pero
ahora me gustaría tener amigos con quienes salir los sábados a la noche como
las demás chicas, pero ningún muchacho me va a invitar, porque aunque bailo muy
bien, tengo una linda figura y mi padre me compra lindos vestidos, nací sin
nariz.
Me siento y me observo todo el día y lloro. Tengo
un gran agujero en medio de la cara que asusta a la gente y también a mí; por
eso no puedo culpar a los muchachos de que no quieran invitarme a salir con
ellos. Mi madre me quiere pero se pone a llorar desconsoladamente cuando me
mira. ¿Qué hice yo para merecer esta terrible desgracia? Aunque hubiera hecho
algo malo, nada malo hice antes de cumplir un año, y sin embargo nací así. Le
pregunté a mi papá; me dijo que no sabía; pero tal vez algo hice en el otro
mundo antes de nacer, o quizá me castigaron por sus pecados. Eso no lo puedo
creer porque él es un hombre muy bueno. ¿Debo suicidarme?”
Erving Goffman (Estigma, 1963).
La estigmatización social ha
llegado hasta tal punto que, inconscientemente, identificamos a las personas
por el color de la piel: si una persona tiene la piel más clara, con una clase
social más alta, y, si es más oscura, con una clase social más baja.
“NOSOTROS, LOS HUMANOS” Y “LOS OTROS, LOS BÁRBAROS”.
Las relaciones entre ambos
grupos, los que llamaremos “nosotros” y los que llamaremos “los otros”, pueden
ser muy diferentes, y pueden ir desde el rechazo más acusado (heterofobia),
hasta la más absoluta indiferencia, pasando por la admiración más considerada
(heterofilia).
Como nos podemos imaginar, las
relaciones entre las diferentes culturas son complejas, al igual que lo son las
relaciones entre los grupos que conforman cada sociedad. Las relaciones no son
matemáticas y pueden variar entre los mismos grupos en diferentes épocas, entre
grupos de la misma sociedad, entre grupos de una sociedad con grupos de otra
sociedad,…, y todo esto influenciado por la ideología, la cultura, la
religión,…, de cada grupo y de cada sociedad. Esto ha producido complejas
relaciones internas (de “nosotros” frente a “los otros”) y externas (de “los
otros” frente a “nosotros”).
A menudo se producen
manifestaciones de rechazo, más o menos violentas, más o menos sangrientas,
entre “nosotros” y “los otros”, pero no es fácil discernir la tipología a que
corresponden estas manifestaciones de rechazo (heterofobia).
Desde la más Antigüedad más
remota se ha identificado a “los otros”, los que tenían costumbres diferentes,
se vestían de forma diferente, tenían dioses diferentes,…, como “bárbaros”. Para
los romanos, estas costumbres hacían de estos pueblos verdaderos “bárbaros”,
principalmente porque los veían como pueblos culturalmente inferiores:
“Las
raíces tintóreas abundan: el olivo, la vid, la higuera, y otras plantas
semejantes crecen cuantiosas en las costas ibéricas que bordean nuestro mar, y
también en las del exterior. En cambio, las costas septentrionales ribereñas al
océano carecen de ellas a causa del frío; en el resto del litoral, más que por
negligencia de los hombres, que viven sin preocupaciones, porque dejan
transcurrir su vida sin más apetencia que lo imprescindible para la
satisfacción de sus instintos brutales. Si no se quiere interpretar como
régimen confortable de vida el que se laven con los orines guardados durante
algún tiempo en cisternas, y que tanto los hombres como las mujeres de estos pueblos se froten
los dientes con ellos, como hacen, según
dicen, los cántabros con sus vecinos. Esto, y el dormir en el suelo, en
común...”
Estrabón, (Geografía, III, 4-17)
Por lo tanto, las manifestaciones
de heterofobia responden a un proceso ideológico de autoafirmación de un grupo
sobre otro, sobre el que se siente superior, y esta superioridad puede
responder a diferentes motivos, que son principalmente culturales.
Estas manifestaciones no se
producen de forma objetiva, sino que más bien se trata de etiquetas que hemos
creado en nuestra cultura, es decir, se trata de prejuicios que nos llevan a
crear estereotipos sobre “los otros”.
Cuando se produce la conjunción
sistemática de estos estereotipos de “los otros”, se corre el riesgo de que se
produzca la extensión de los conflictos y, como consecuencia de ello, la
focalización de los mismos, lo que propiciará probablemente el empeoramiento
del conflicto, con persecuciones dirigidas por líderes locales,…
Según el antropólogo singalés Tambiah,
“la “focalización” desnuda progresivamente los incidentes locales de sus
contextos particulares y la “transvaluación” distorsiona, abstrae y agrega
estos incidentes a temas colectivos y
cuya importancia tiene más alcance desde el punto de vista étnico y nacional”.
La forma en que se justifiquen
racionalmente estas manifestaciones violentas puede producir que el grupo
estigmatizado sea segregado y quede en la más absoluta indiferencia, es decir,
quedar como un grupo invisible, o puede ser considerado un enemigo en casa y,
por lo tanto, quede excluido.
Todo esto está produciendo que en
la actualidad aparezcan programas y dirigentes políticos y que proclaman la
heterofobia, es decir, la exclusión de “los otros”, ante los que los gobiernos
muestran gran tolerancia.
Según el antropólogo francés
Levi-Strauss, existen de dos modelos ideales de sociedad: las que practican la
antropofagia, es decir, las que absorben a “los otros” para neutralizarlos y
aprovecharlos, y las que, como la nuestra, practican la antropoemia, es decir,
las que expulsan a “los otros”, manteniéndolos temporal o definitivamente
aislados de la sociedad.
En la actualidad, en la sociedad
europea, que se encuentra altamente estratificada, la heterofobia, en su forma
de xenofobia, se asocia a las relaciones con los inmigrantes que han llegado en
los últimos años buscando trabajo, provenientes principalmente de países del
este de Europa, África y Asia.
Sin embargo, a pesar de
encontrarnos en el siglo XXI, estamos viendo cómo los estereotipos sobre “los
otros” son los mismos que los del siglo XIX, que los estigmas no han cambiado
prácticamente en nada, ni siquiera las palabras que utilizamos, y que, por
desgracia, la sociedad actual sigue siendo tan xenófoba o más que antaño.
Por si fuera poco, por poner un
ejemplo, el éxito electoral de Le Pen en Francia con un discurso de exclusión
de “los otros”, está siendo rechazado por el resto de partidos políticos utilizando
el mismo discurso de exclusión, en este caso a la inversa, contra los que
apoyan a Le Pen, es decir, se contrarresta la exclusión con exclusión.
¿No estaremos echando leña al
fuego?, ¿Tan poco hemos aprendido?
CONCLUSIÓN.
Como se ha visto, el proceso de autoafirmación de
los “iguales” se produce mediante la etiquetación de “los otros”, con la
creación de estereotipos, que muchas veces no tienen nada que ver con la
realidad, y con la estigmatización de “los otros” mediante prejuicios
culturales aprendidos, algunos de los cuales tienen miles de años y que están
tan arraigados en nuestra cultura que muchas veces los aplicamos
inconscientemente.
Para ello, se utilizan dos procesos, uno de
inclusión de “nosotros”, de los iguales, y otro de exclusión de “los otros”, de
los bárbaros, según hemos comentado.
También hemos visto cómo estos procesos de exclusión
de los otros, pueden terminar en heterofobia y, a continuación, en su versión
más violenta, la xenofobia.
Por último, hemos visto cómo se están produciendo
actualmente en Europa movimientos de autoafirmación de la propia identidad de
“nosotros” frente a “los otros”, en este caso los inmigrantes. Estos movimientos
llegan en muchos casos a la violencia, a la exclusión, e incluso a la
persecución,…, por cuestiones tan nimias como el color de la piel.
La sociedad ha avanzado tanto en tecnología, como
tan poco en tolerancia, y ahora podemos ver por televisión e incluso por
internet las mismas exclusiones que vivieron, por ejemplo, los moriscos en
Granada o los indios en Norteamérica, todo un lujo.
Finalizaré este ensayo con una
frase muy apropiada de Nelson Mandela que, como sabemos, pasó su vida sufriendo
la heterofobia del hombre blanco contra su pueblo y de su pueblo contra el
hombre blanco. Su mérito fue que supo ver las dos:
“Detesto el racismo, porque lo veo como algo barbárico, ya sea que venga de un hombre negro o un hombre blanco”. Nelson Mandela.
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