La
hermenéutica, o arte de interpretación de textos, ha tenido a lo largo de la
historia diferentes sentidos y ha sido interpretada de forma diferente por
diversos autores.
A
partir de Schleiermacher, en el siglo XIX, la hermenéutica comenzó a significar
la comprensión de cualquier texto que no resultase evidente desde una primera
lectura, debido a algún tipo de distancia entre el texto original y el intérprete
del texto, distancia que podía ser de diversa índole: histórica, lingüística,
psicológica,… Una distancia que podría permitir al intérprete comprender el
texto desde una perspectiva más amplia y, de alguna manera, comprenderlo
incluso mejor que el propio autor del texto.
Desde
el punto de vista de Schleiermacher, la interpretación es un proceso circular,
cuyo cometido es reconocer la propia individualidad del texto que se
interpreta. Sin embargo, esta interpretación está sujeta a lo que el autor
llama “malentendidos”, es decir, malas interpretaciones, que tienen su origen
en las “distancias” del intérprete del texto con el propio texto y con sus
circunstancias temporales, sociales, culturales… Con Schleiermacher se produce
la universalización de la hermenéutica, que con Dilthey pasará a aplicarse a
todo conocimiento histórico-espiritual.
Dilthey,
al contrario que Schleiermacher, pone el acento en la comprensión,
introduciendo un giro psicológico, más humano, en la comprensión de la
hermenéutica.
Sin
embargo, es con Heidegger cuando la
hermenéutica encuentra su mayor desarrollo y transformación. En este autor, la
comprensión pierde su connotación psicológica, que en Dilthey había sido
fundamental, y adquiere una connotación ontológica, es decir, relacionada con
la propia naturaleza o sentido del ser.
La
transformación de la hermenéutica en ontológica supone que la filosofía no
tiene una visión directa del ser y, por lo tanto, según Heidegger, su trabajo consiste
básicamente en la lucha contra las malas interpretaciones, como diría
Schleiermacher.
En esta
línea, la percepción (intuición) cede su puesto a la comprensión
(interpretación), es decir, lo importante no es tanto lo que percibimos, sino
cómo lo interpretamos. Una interpretación que supone la comprensión del ser o
del texto, evitando en este proceso cualquier tipo de malentendido o de mala
interpretación.
Por lo
tanto, la hermenéutica, una vez transformada por Heidegger, abandona el camino
del historicismo y de la fenomenología para centrarse en intentar entender el
ser independientemente del contexto histórico y de su percepción, es decir, se
centra sobre todo en la estructura hermenéutica del ser y en sus relaciones
referenciales. Esto obliga a replantearse el conocimiento del ser en su
contexto histórico y en relación con el lenguaje, un lenguaje entendido como el
medio en que nos comunicamos con otros.
Precisamente
de este planteamiento es de donde surge la hermenéutica de Gadamer, que
manifiesta que el ser del texto es el lenguaje, por lo que considera al
lenguaje como el objeto propio de la hermenéutica. A partir de Gadamer, la
hermenéutica es considerada textualista, ya que es en el lenguaje donde
referencia y sentido quedan articulados generando lo que la hermenéutica ha
llamado mundo del texto.
Gadamer,
al contrario que los modernos pensamientos filosóficos y siguiendo la senda
ontológica propuesta por Heidegger, entiende el texto como un lenguaje que hace
presente un mundo.
En este
sentido, el texto es entendido como un mundo donde se encuentran dos sujetos,
el creador del texto y el lector, donde lo importante no son los sujetos sino
el texto. Un mundo que, en definitiva, es creado por el lenguaje. Por lo tanto,
en Gadamer el lenguaje se constituye en el centro a partir del cual tiene lugar
nuestra experiencia.
En
Derrida se radicaliza la ontología hermenéutica de Heidegger, preguntándose por
las condiciones de posibilidad de la comprensión y abandonando la centralidad y
proponiendo la escritura como el único lugar donde la comprensión llega a una
objetividad absoluta, liberándose de la intencionalidad y, por tanto, de la
subjetividad.
La
propuesta de la escritura como trascendental supone también la crítica a la
hermenéutica de Gadamer. Mientras para Gadamer la comprensión era fruto de la
tradición, es decir, el resultado de la fusión de diferentes tradiciones, en
Derrida aparece el concepto de diferencia, que es el responsable del modo de
comprensión.
Sin
embargo, aunque la escritura evita las intenciones subjetivas, no evita la
aparición de malas interpretaciones o malentendidos, como ya anunció
Schleiermacher.
Derrida,
rompiendo con la filosofía de la historia de la tradición que garantiza la
continuidad del sentido del texto, intenta acceder a la individualidad del
texto a través de la deconstrucción, es decir, no existe un sentido propio del
texto, sino que el sentido del texto está relacionado con la historia de los
efectos. Derrida remarca la diferencia entre el texto y su intérprete y entre
el texto y la tradición en favor de su individualidad.
Ricoeur
elabora una hermenéutica basada en la intersubjetividad que está presente en la
lectura-escritura, concibiendo la hermenéutica como el trabajo de descifrar los
símbolos y metáforas que aparecen en un texto anterior, entendiendo los
símbolos como el doble sentido que el autor ha dado a ciertas partes del texto,
y las metáforas, entendidas como las referencias que se hacen a la realidad en
un texto. Tanto símbolos como metáforas pueden resultar inapreciables e
incomprensibles para el intérprete.
La
hermenéutica de Ricoeur parte de una interpretación de los símbolos, se
enriquece con una interpretación de los textos y desemboca en una hermenéutica
narrativa.
Esta
hermenéutica narrativa no se limita a explicar los textos, sino que llega a la
comprensión de los mismos a través de las grandes objetivaciones de sentido
(símbolos, metáforas, signos…) presentes en los propios textos.
La
hermenéutica de Ricoeur consta de tres elementos fundamentales: el texto con su
mundo propio, el lector o intérprete y el mundo a los que ambos tienen que
referirse. Se trata, por lo tanto, de una hermenéutica en la que el lenguaje
ocupa un lugar relevante.
Por
último, Vattimo propone una ontología hermenéutica que rechaza la objetividad y
califica su pensamiento como el de la diferencia frente al pensamiento de la
identidad, colocándose en la tradición hermenéutica entre los partidarios de la
hermenéutica de la sospecha, como en el caso de Derrida, aunque la
interpretación de la diferencia en Vattimo parte de una interpretación de la
noción de símbolo, que no supone la idea de principios originales, sino un
ámbito en el que es posible establecer un sentido a partir de las reglas que
rigen la comunicación entre los individuos, por lo que su interpretación del
símbolo se corresponde con la comunicación.
En
resumen, tras el estudio realizado no veo nada fácil que se pueda producir una
auténtica fusión de horizontes entre interlocutores, porque para ello es
necesario salvar puentes temporales, sociales, culturales, psicológicos…, que existen
no sólo entre individuos de distintas épocas, sino entre individuos de la misma
etapa histórica.
Sin
embargo, que no sea una tarea fácil significa que es difícil, pero no que sea
imposible. Los filósofos de la actualidad, como los historiadores, deben
interpretar adecuadamente los textos de etapas históricas anteriores y para
ello deben fundirse con el texto y conocer todas las circunstancias en las que
el autor escribió el texto. Para llevar a cabo esta tarea, el intérprete debe
superar todas las implicaciones éticas, e incluso morales, existentes entre
ambas etapas históricas, la propia y la del texto, llegando a pensar como pensó
el autor, en sus circunstancias, en su propia carne.
No
obstante, para realizar esta tarea es imprescindible desprenderse de los
prejuicios que atenazan nuestra forma de conocer y de comprender. Los
prejuicios que, al fin y al cabo, no son más que opiniones preconcebidas, es
decir, previas a un juicio racional, suponen un impedimento para el diálogo
entre distintos y para el conocimiento de la realidad actual y anterior. Como
dijo Albert Einstein, en una opinión que comparto: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un
prejuicio.”
Bibliografía
Flórez Miguel, Cirilo. «La tradición hermenéutica en
el siglo XX.» Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 50, 2010:
Páginas 55-75.
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