domingo, 27 de mayo de 2018

SOBRE LA HERMENÉUTICA: DIÁLOGO, PREJUICIO Y TOLERANCIA.



La hermenéutica, o arte de interpretación de textos, ha tenido a lo largo de la historia diferentes sentidos y ha sido interpretada de forma diferente por diversos autores.



A partir de Schleiermacher, en el siglo XIX, la hermenéutica comenzó a significar la comprensión de cualquier texto que no resultase evidente desde una primera lectura, debido a algún tipo de distancia entre el texto original y el intérprete del texto, distancia que podía ser de diversa índole: histórica, lingüística, psicológica,… Una distancia que podría permitir al intérprete comprender el texto desde una perspectiva más amplia y, de alguna manera, comprenderlo incluso mejor que el propio autor del texto.

Desde el punto de vista de Schleiermacher, la interpretación es un proceso circular, cuyo cometido es reconocer la propia individualidad del texto que se interpreta. Sin embargo, esta interpretación está sujeta a lo que el autor llama “malentendidos”, es decir, malas interpretaciones, que tienen su origen en las “distancias” del intérprete del texto con el propio texto y con sus circunstancias temporales, sociales, culturales… Con Schleiermacher se produce la universalización de la hermenéutica, que con Dilthey pasará a aplicarse a todo conocimiento histórico-espiritual.

Dilthey, al contrario que Schleiermacher, pone el acento en la comprensión, introduciendo un giro psicológico, más humano, en la comprensión de la hermenéutica.

Sin embargo, es con Heidegger cuando  la hermenéutica encuentra su mayor desarrollo y transformación. En este autor, la comprensión pierde su connotación psicológica, que en Dilthey había sido fundamental, y adquiere una connotación ontológica, es decir, relacionada con la propia naturaleza o sentido del ser.

La transformación de la hermenéutica en ontológica supone que la filosofía no tiene una visión directa del ser y, por lo tanto, según Heidegger, su trabajo consiste básicamente en la lucha contra las malas interpretaciones, como diría Schleiermacher.

En esta línea, la percepción (intuición) cede su puesto a la comprensión (interpretación), es decir, lo importante no es tanto lo que percibimos, sino cómo lo interpretamos. Una interpretación que supone la comprensión del ser o del texto, evitando en este proceso cualquier tipo de malentendido o de mala interpretación.

Por lo tanto, la hermenéutica, una vez transformada por Heidegger, abandona el camino del historicismo y de la fenomenología para centrarse en intentar entender el ser independientemente del contexto histórico y de su percepción, es decir, se centra sobre todo en la estructura hermenéutica del ser y en sus relaciones referenciales. Esto obliga a replantearse el conocimiento del ser en su contexto histórico y en relación con el lenguaje, un lenguaje entendido como el medio en que nos comunicamos con otros.

Precisamente de este planteamiento es de donde surge la hermenéutica de Gadamer, que manifiesta que el ser del texto es el lenguaje, por lo que considera al lenguaje como el objeto propio de la hermenéutica. A partir de Gadamer, la hermenéutica es considerada textualista, ya que es en el lenguaje donde referencia y sentido quedan articulados generando lo que la hermenéutica ha llamado mundo del texto.

Gadamer, al contrario que los modernos pensamientos filosóficos y siguiendo la senda ontológica propuesta por Heidegger, entiende el texto como un lenguaje que hace presente un mundo.

En este sentido, el texto es entendido como un mundo donde se encuentran dos sujetos, el creador del texto y el lector, donde lo importante no son los sujetos sino el texto. Un mundo que, en definitiva, es creado por el lenguaje. Por lo tanto, en Gadamer el lenguaje se constituye en el centro a partir del cual tiene lugar nuestra experiencia.

En Derrida se radicaliza la ontología hermenéutica de Heidegger, preguntándose por las condiciones de posibilidad de la comprensión y abandonando la centralidad y proponiendo la escritura como el único lugar donde la comprensión llega a una objetividad absoluta, liberándose de la intencionalidad y, por tanto, de la subjetividad.

La propuesta de la escritura como trascendental supone también la crítica a la hermenéutica de Gadamer. Mientras para Gadamer la comprensión era fruto de la tradición, es decir, el resultado de la fusión de diferentes tradiciones, en Derrida aparece el concepto de diferencia, que es el responsable del modo de comprensión.  

Sin embargo, aunque la escritura evita las intenciones subjetivas, no evita la aparición de malas interpretaciones o malentendidos, como ya anunció Schleiermacher.

Derrida, rompiendo con la filosofía de la historia de la tradición que garantiza la continuidad del sentido del texto, intenta acceder a la individualidad del texto a través de la deconstrucción, es decir, no existe un sentido propio del texto, sino que el sentido del texto está relacionado con la historia de los efectos. Derrida remarca la diferencia entre el texto y su intérprete y entre el texto y la tradición en favor de su individualidad.

Ricoeur elabora una hermenéutica basada en la intersubjetividad que está presente en la lectura-escritura, concibiendo la hermenéutica como el trabajo de descifrar los símbolos y metáforas que aparecen en un texto anterior, entendiendo los símbolos como el doble sentido que el autor ha dado a ciertas partes del texto, y las metáforas, entendidas como las referencias que se hacen a la realidad en un texto. Tanto símbolos como metáforas pueden resultar inapreciables e incomprensibles para el intérprete.

La hermenéutica de Ricoeur parte de una interpretación de los símbolos, se enriquece con una interpretación de los textos y desemboca en una hermenéutica narrativa.

Esta hermenéutica narrativa no se limita a explicar los textos, sino que llega a la comprensión de los mismos a través de las grandes objetivaciones de sentido (símbolos, metáforas, signos…) presentes en los propios textos.

La hermenéutica de Ricoeur consta de tres elementos fundamentales: el texto con su mundo propio, el lector o intérprete y el mundo a los que ambos tienen que referirse. Se trata, por lo tanto, de una hermenéutica en la que el lenguaje ocupa un lugar relevante.

Por último, Vattimo propone una ontología hermenéutica que rechaza la objetividad y califica su pensamiento como el de la diferencia frente al pensamiento de la identidad, colocándose en la tradición hermenéutica entre los partidarios de la hermenéutica de la sospecha, como en el caso de Derrida, aunque la interpretación de la diferencia en Vattimo parte de una interpretación de la noción de símbolo, que no supone la idea de principios originales, sino un ámbito en el que es posible establecer un sentido a partir de las reglas que rigen la comunicación entre los individuos, por lo que su interpretación del símbolo se corresponde con la comunicación.

En resumen, tras el estudio realizado no veo nada fácil que se pueda producir una auténtica fusión de horizontes entre interlocutores, porque para ello es necesario salvar puentes temporales, sociales, culturales, psicológicos…, que existen no sólo entre individuos de distintas épocas, sino entre individuos de la misma etapa histórica.

Sin embargo, que no sea una tarea fácil significa que es difícil, pero no que sea imposible. Los filósofos de la actualidad, como los historiadores, deben interpretar adecuadamente los textos de etapas históricas anteriores y para ello deben fundirse con el texto y conocer todas las circunstancias en las que el autor escribió el texto. Para llevar a cabo esta tarea, el intérprete debe superar todas las implicaciones éticas, e incluso morales, existentes entre ambas etapas históricas, la propia y la del texto, llegando a pensar como pensó el autor, en sus circunstancias, en su propia carne.

No obstante, para realizar esta tarea es imprescindible desprenderse de los prejuicios que atenazan nuestra forma de conocer y de comprender. Los prejuicios que, al fin y al cabo, no son más que opiniones preconcebidas, es decir, previas a un juicio racional, suponen un impedimento para el diálogo entre distintos y para el conocimiento de la realidad actual y anterior. Como dijo Albert Einstein, en una opinión que comparto: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.”

Bibliografía

Flórez Miguel, Cirilo. «La tradición hermenéutica en el siglo XX.» Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 50, 2010: Páginas 55-75.


sábado, 26 de mayo de 2018

COMENTARIO DEL PLANO URBANO DE LA CIUDAD DE MURCIA




1. Localización: Emplazamiento y situación.

Murcia es una ciudad y municipio de 885 km2, capital de la comunidad autónoma de la Región de Murcia. Se encuentra en el centro de la comarca de la Huerta de Murcia y de su área metropolitana y está situada en el SE de la Península Ibérica, a orillas del río Segura, en la depresión prelitoral murciana, y a 40 km del Mar Mediterráneo. Se divide de N a S en dos partes separadas por una serie de sierras que conforman la llamada Cordillera Sur. Estas dos zonas se denominan: Campo de Murcia al S, que geográficamente forma parte del Campo de Cartagena, y Huerta de Murcia al N de la sierra, constituida por la vega del Segura, en cuyo centro se encuentra la ciudad.



La ciudad de Murcia, que ocupa una extensión de 12,86 km2, se sitúa en la llanura prelitoral formada por el corredor del Guadalentín-Segura, un sistema de fallas ocupado por una fértil llanura de aluvión, drenada por las aguas del río Segura, a las que se le unen las de su afluente, el Guadalentín. La ciudad se emplaza justamente en medio de la llanura, junto al cauce del río. Este emplazamiento la expone a los peligros de las periódicas avenidas del río, que han arrasado en numerosas ocasiones la ciudad y su huerta, y condiciona la estructura y el crecimiento de la ciudad, constreñida por la fértil huerta y el río Segura, que ocupan el espacio circundante e impiden su normal crecimiento. 

2. Forma del Plano: radiocéntrico, irregular, ortogonal, lineal…

El casco antiguo presenta las características de la ciudad musulmana con calles estrechas de trazado irregular y construcciones de baja altura. De orígenes inciertos, hay constancia de que fue fundada en el año 825 con el nombre de Madina Mursiya por orden de Abderramán II, probablemente sobre un asentamiento anterior de origen romano. Durante la Edad Media, Murcia llegó a ser capital de la cora de Tudmir (siglo X). Posteriormente fue cabeza de distintos reinos de taifas de creciente importancia en los siglos XI, XII y XIII.


En 1266 Jaime I de Aragón entra en la ciudad anexionándola al reino de Castilla y, finalmente, hacia finales de siglo, Murcia pasa a ser no solo reino protegido sino también gobernado por la Corona de Castilla. A partir de entonces, Murcia sufrió una transformación gradual para adaptarse al modelo de urbanización cristiano. Jaime I ordenó abrir una calle ancha y recta a través del zoco árabe que conectara la mezquita con la llamada “plaza del Mercado”, típico enclave medieval donde se llevaba a cabo el comercio de la ciudad. En aquel entonces, la mezquita se hallaba situada en lo que hoy es la catedral, y la plaza del Mercado es la actual Plaza de Santo Domingo. La calle ancha y recta a la que hacía referencia es hoy Trapería. Esta calle y la perpendicular calle Platería forman una encrucijada que recorre el casco viejo de la ciudad de un extremo al otro. Los nombres de estas dos calles, Trapería y Platería, arterias comerciales de la ciudad en la actualidad, tienen por lo tanto sus orígenes en el comercio medieval de talleres y negocios con malteses, genoveses, catalanes…

3. Estructura Urbana: casco antiguo, zona central y fases de expansión hacia la periferia: ensanches, zonas industriales, residenciales, comerciales…

Dentro de la estructura urbana de la ciudad se distinguen claramente las distintas fases de desarrollo. El casco antiguo es prácticamente el mismo espacio en el que se ubicó la ciudad musulmana, y sigue un entramado de calles estrechas, trazado irregular y construcciones que no superan, en general, las 5 plantas; hoy en día todavía se pueden ver los restos de la muralla árabe que protegía la ciudad.

La ciudad mantuvo estos límites medievales hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando se comenzaron a ocupar los terrenos situados a la otra orilla y comienza a modificarse su posición respecto al río, hasta entonces coincidente con su dirección dominante y que constituye su límite sur, iniciándose a partir de este siglo una forma de ensanche que terminará por integrarlo en la ciudad y alterar la estructura interior de esta parte antigua. En este momento la ciudad se abre superando los límites tradicionales de la urbe medieval, siendo de gran trascendencia para el futuro de Murcia el encauzamiento del río Segura a su paso por la ciudad.

Durante el siglo XIX la ciudad de Murcia experimentó un gran desarrollo y creció al otro lado del río. En el siglo XX se produce la apertura de la Gran Vía de Salzillo, actualmente avenida principal de la ciudad, y el desarrollo de los ensanches y barrios periféricos, en torno a las salidas hacia Madrid y Barcelona. El crecimiento en polígonos se localiza fundamentalmente en el E de la ciudad. Al O la trama urbana es confusa, a lo largo de la carretera de Madrid hacia el Espinardo se mezcla la trama de las antiguas huertas con los nuevos polígonos.


4. Todos los datos que consideres interesantes.

Como conclusión, el desarrollo de la ciudad de Murcia se ha visto influenciado tanto por su relieve, es decir, por encontrarse en el centro de una vega rodeada de pequeñas sierras, lo que ha afectado incluso a su clima, que es un pequeño horno en verano, como por su ubicación, entre el río Segura y la huerta de Murcia, elementos físicos con los que ha tenido que convivir y que han influido decisivamente en su desarrollo urbanístico. Además de estos elementos físicos, encontramos también con un elemento histórico, la estructura irregular medieval sobre la que la ciudad se ha construido, que ha influido en el desarrollo urbanístico posterior de la ciudad.

Por último, el centro histórico de la ciudad de Murcia ha desarrollado en las últimas décadas del siglo XX una importante renovación de la edificación y del espacio público, especialmente durante la primera etapa autonómica. Esta apuesta de renovación ha permitido que Murcia haya mantenido su centro urbano como espacio relevante, así como, ofrecer una imagen de capitalidad renovada, a partir del mantenimiento, la conservación y restauración de las edificaciones históricas más relevantes, la transformación de sus espacios públicos urbanos más representativos, la peatonalización de las calles más representativas, como Trapería y Platería, y la incorporación de nuevas edificaciones significativas.


Bibliografía

https://eblancooliva.com/2016/11/28/murcia-segun-catastro-a-1-1-2015-por-tamano-y-fecha/



Licencia de Creative Commons



LO PEQUEÑO ES HERMOSO. ERNST FRIEDRICH SCHUMACHER.


Introducción y contextualización: Ernst Friedrich Schumacher (1911–1977) fue un intelectual y economista alemán que tuvo una influencia a nivel internacional. Trabajó como Chief Economic Advisor para la National Coal Board de Gran Bretaña durante dos décadas. Sus ideas se volvieron muy conocidas en la mayor parte del mundo angloparlante durante la década de los setenta. Es bien conocido por sus críticas a los sistemas económicos de Occidente y por su propuesta por una tecnología descentralizada.


Schumacher nació en Bonn, Alemania, en 1911. Su padre era un profesor de economía política. El joven Schumacher estudio en Bonn y en Berlín, luego partió a estudiar a Inglaterra como un estudiante de “Rhodes Scholar” en “Oxford” en la década de los 30, y después fue a la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York, logrando un diploma en economía. Se convirtió en economista, pero se dedicó al estudio de varias disciplinas en lo que hoy se denominarían estudios interdisciplinares. En 1966 fundó el “Intermediate Technology Development Group” (Grupo de desarrollo de tecnología intermedia), conocido ahora como Practical Action (Soluciones Prácticas para sus operaciones en Latinoamérica y el Caribe).

Su obra “Lo pequeño es hermoso” está entre los 100 libros más influyentes publicados desde la Segunda Guerra Mundial. El libro fue rápidamente traducido a varios idiomas y reportó a Schumacher fama internacional, tras la cual fue invitado a muchas conferencias internacionales y a universidades para dar charlas y responder consultas.

Schumacher escribe esta obra a finales de los años sesenta, cuando ya se empezaba a atisbar en el horizonte que la sociedad capitalista y consumista que se había creado no  podría tener un futuro halagüeño a largo plazo, por una parte como consecuencia de la utilización exagerada de los medios de energía naturales, que no son eternos y, por otra parte, por el reiterado error de concebir el consumo como el  objetivo principal de la actividad económica, por encima de otros objetivos más altos, como conseguir la mejora de la vida del ser humano.

Resumen de las ideas fundamentales: En “Lo pequeño es hermoso”, Schumacher expone sus ideas, muy críticas por cierto, sobre la economía capitalista, cuyas primeras consecuencias ya se empezaban a sufrir, y de cómo se deberían reorientas sus objetivos, con el fin de ponerla al servicio del ser humano. Se trata de llevar a cabo un uso adecuado de los recursos naturales, definiendo los objetivos a alcanzar, que no pueden servir para empobrecer al ser humano en pos de unos objetivos que no dejan de crecer.

Schumacher enumera varios problemas relacionados con la economía capitalista:

Lo primero que plantea Schumacher es la creencia que existe de que el problema de la producción está solucionado, cuando en realidad no es así. Esta creencia, según Schumacher, procede de la actitud del hombre occidental hacia la naturaleza, una actitud por la que el hombre no se siente parte de la naturaleza, sino que se cree un ser externo a ella cuya misión es dominarla y conquistarla. La progresiva occidentalización del mundo está haciendo que esta actitud, minoritaria a principios del siglo xx en Oriente, se esté extendiendo a todos los países del mundo de forma exponencial.

Los asombrosos inventos, tanto científicos como técnicos, que han ido apareciendo en los últimos siglos han hecho crecer en el hombre occidental la idea de que todo se está haciendo bien, cuando realmente no es así. El consumo descontrolado del “capital natural”, es decir, de la naturaleza, está poniendo en peligro el presente y el futuro de la humanidad.

Schumacher también plantea como un problema la creencia que existe en el hombre occidental de que la prosperidad económica es el principal fundamento para mantener la paz. Según esta teoría, los países más ricos son los que más disfrutan de la paz, pero aunque esto tampoco es así, se ha extendido la creencia de que la continua carrera hacia la consecución del siguiente objetivo es la mejor forma de conseguir la seguridad.

Respecto al papel de la economía, el autor está convencido de que es necesario que los economistas participen de una forma más activa en la sociedad, emitiendo juicios sobre las consecuencias futuras de las políticas económicas de cada etapa histórica.

El mercado, para Schumacher representa solamente la superficie de la sociedad, pero sin profundizar en la esencia de las cosas y en las circunstancias que hay detrás de ellas.

Sin embargo, una economía que fraternice con la naturaleza es posible y el budismo lo ha demostrado: “El punto de vista budista considera la función del trabajo por lo menos en tres aspectos: dar al hombre una posibilidad de utilizar y desarrollar sus facultades; ayudarle a liberarse de su egocentrismo, uniéndolo a otras personas en una tarea común, y producir los bienes y servicios necesarios para la vida”.

Por lo tanto, para el budismo el fin de la economía no debe ser conseguir el mayor beneficio, sino mejorar la vida de las personas: “Si un hombre no tiene la oportunidad de obtener un trabajo se encuentra en una situación desesperante, no simplemente porque carece de un ingreso, sino porque carece de este factor de trabajo disciplinado que nutre y aviva y que nada puede reemplazar”.

Sin embargo, esta forma de entender la economía no es  comprensible para el economista moderno, ya que su forma de medir el nivel de vida está relacionada con el consumo anual, llegando a creer firmemente que el ser humano que más consume es el que disfruta de mejores condiciones de vida, cuando esto no es realmente así.

Le economía moderna considera el consumo como su único fin, siendo sus medios los factores de producción, es decir, la tierra, el trabajo y el capital. Sin embargo, para la economía budista el objetivo principal debe ser satisfacer las necesidades del ser humano, siendo el consumo un medio para conseguirlo, pero nunca el consumo debe ser el objetivo. El objetivo debe ser siempre la mejora de la vida del ser humano.

Uno de los problemas que detecta el autor es la idea existente, principalmente en la sociedad occidental, de que a mayor tamaño mayor prosperidad económica, lo que ha dado lugar al crecimiento desmesurado de compañías e industrias. Aunque en la realidad las pequeñas empresas han sido altamente prósperas durante años, existe una tendencia al crecimiento exagerado. Sin embargo, paradójicamente, dentro de estas grandes empresas se tiende a crear lo pequeño dentro de lo grande, a la especialización.

Schumacher se pregunta continuamente en la obra por los objetivos a los que debe aspirar la economía, unos objetivos que nada tienen que ver con los que él conoce, donde la terminología macroeconómica lo inunda todo, sin pensar en el ser humano. Por ello, propone una sociedad más pequeña, en la que los términos macroeconómicos no tengan lugar y en la que el objetivo principal de la economía sea atender las necesidades del ser humano y del lugar donde habita: “¿Cuál es el significado de democracia, libertad, dignidad humana, nivel de vida, realización personal, plena satisfacción? ¿Es ése un asunto de mercancías o de gente? Por supuesto es un asunto de gente. Pero la gente sólo puede ser realmente gente en grupos suficientemente pequeños. Por lo tanto, debemos aprender a pensar en términos de una estructura articulada que pueda dar cabida a una variada multiplicidad de unidades de pequeña escala. Si el pensamiento económico no puede comprender esto es completamente inútil. Si no puede situarse por encima de sus vastas abstracciones, tales como el ingreso nacional, la tasa de crecimiento, la relación capital/producto, el análisis input-output, la movilidad de la mano de obra y la acumulación de capital; si no puede alzarse por encima de todo esto y tomar contacto con una realidad humana de pobreza, frustración, alienación, desesperación, desmoralización, delincuencia, escapismo, tensión, aglomeración, deformidad y muerte espiritual, dejemos de lado la economía y comencemos de nuevo”.

Como solución para solucionar estos problemas que nos hacen tener una idea equivocada de los medios a emplear y de los objetivos a conseguir, Schumacher plantea varios recursos, entre ellos el más importante es la educación, una educación adecuada que forme a las nuevas generaciones en hábitos de conservación de la naturaleza y de  preocupación por conseguir la felicidad del ser humano, por encima del consumo.

El segundo recurso propuesto por el autor es el uso apropiado de la tierra y, más concretamente, de la naturaleza que nos rodea que, al fin y al cabo, es el lugar donde vivimos y que influye necesariamente en nuestra felicidad.

Se queja el autor del uso y abuso de las fuentes de energía naturales, que se terminarán agotando más pronto que tarde, lo que tendría una influencia nefasta en el planeta.

Finalmente, Schumacher plantea la situación del tercer mundo, donde la moderna tecnología no ha sido capaz de sacar de la pobreza a sus habitantes, sino al contrario, los hábitos consumistas occidentales no han hecho sino empeorar su situación.

Conclusiones: En definitiva, Schumacher plantea en la obra una serie de reflexiones sobre el deterioro de la naturaleza, de los valores humanos, del tiempo que dedican los obreros al trabajo y al ocio, de la marginación social, de la pobreza…

Para Schumacher la ciencia económica, por estar al servicio del ser humano, debe servir para mejorar las condiciones de vida de la humanidad y de la conservación del entorno donde habita, la naturaleza. El consumo, por lo tanto, no puede ser el objetivo principal de la actividad económica, sino únicamente un medio, mientras que los objetivos reales deben ser: la atención a los problemas de todos los seres humanos, de que dispongan de un trabajo adecuado, de que disfruten de un tiempo de ocio suficiente, de que vivan en condiciones medianamente humanas…

La educación es una de los recursos que propone el autor y muy posiblemente sea el más acertado, aunque la tendencia actual no presagia nada bueno. No obstante, todavía hay tiempo y cosas que podemos hacer: “En todas partes la gente pregunta: «¿Qué es lo que puedo hacer?». La respuesta es tan simple como desconcertante: nosotros, cada uno de nosotros, podemos trabajar para poner en orden nuestra propia casa. La orientación que necesitamos para este trabajo no puede encontrarse en la ciencia ni en la tecnología, cuyo valor depende en última instancia de los fines a los que sirven; pero puede todavía hallarse en la sabiduría tradicional de la humanidad”.

Bibliografía

Schumacher, Ernst Friedrich. Lo pequeño es hermoso. Madrid: Editorial Akal, 1973.



Licencia de Creative Commons



EVOLUCIÓN ARTÍSTICA DE JOHN BALDESSARI. EL ARTE CONCEPTUAL.


John Baldessari era hijo de inmigrantes; su madre era danesa, y su padre de ascendencia italiana, nacido en Austria. Creció en National City, una población en la periferia, cerca de la frontera mexicana y de todos los excesos de la pobreza del mundo.



Su padre recogía hierros y desechos, derribaba viejos edificios y se apoderaba de trastos, que  después arreglaba, repintaba y revendía, para dar de comer a su familia. Esa fue la infancia de Baldessari, un hombre nacido en 1931, en los años de la gran depresión que llenaron de sufrimiento y muerte a los Estados Unidos, cuyos millones de pobres y hambrientos deambularon por todas las carreteras de la desesperación.

Su primera exposición individual la hizo en 1960, en La Jolla Art Center. En esos años, cuando vive en National City, Baldessari parece resignado a buscarse la vida como puede, como profesor o con otras actividades ocasionales y a ejercer de artista apenas en segundo término, casi como si fuera una afición doméstica. Es entonces cuando empieza a tomar fotografías de la ciudad, disparando su cámara sin mirar por el objetivo, al azar, sin pensarlo, sin seleccionar ningún elemento de interés, recogiendo escenas callejeras que no parecían tener ningún sentido artístico.

En los años sesenta crea Wrong, una fotografía donde Baldessari posa con una palmera a su espalda, casi parece que se apoya en ella, mientras la palmera sube hacia el cielo, como si creciera del propio cuerpo del pintor. Detrás del pintor se aprecia una casa que indica que se encuentra en una de las zonas residenciales que han crecido en esos años en las afueras de las ciudades norteamericanas. Esta imagen parece representar la soledad de Baldessari, su condición de hombre aislado en un paisaje desértico, aunque esté habitado, es decir, representa su lugar en el mundo del arte.

Hacia 1968, cuando expone en Los Ángeles obras compuestas ya por fotografías y texto, sigue siendo un autor poco conocido, que aún no ha optado por la vía sin retorno de la destrucción de su pintura.

En 1970, seguro de que su trabajo artístico estaba en las composiciones fototextuales, decide quemar toda su obra anterior, realizada entre 1953 y 1966. Era una decisión irreversible, y quiso anunciarla para forzarse a sí mismo, para no volverse atrás, y para proclamar que había dejado de pintar: se convierte así en un singular pintor que ya no volvería a pintar. Este es el detonante del “Cremation Project” que, si hemos de dar crédito a sus palabras, es un proyecto que nace por necesidad: Baldessari trabajaba en un cine abandonado donde acumulaba cuadros, que nunca llegaba a vender. Llegó un momento en que pensó que quedaría enterrado bajo ellos, y concluyó que no era necesario guardarlos porque tenía fotografías de todas sus obras: por lo tanto, podía quemarlas.

Baldessari desarrolló en sus clases la idea de que se creaban obras artísticas que no se hacían en el taller, sino en la mente, de manera que los artistas eran quienes pensaban la obra y, otros, los ejecutores, la mano que daba forma a la verdadera creación, a la idea. De hecho, esa concepción no era nueva en el arte, puesto que los arquitectos trabajaban así desde hacía siglos, pero aplicada a la pintura más o menos convencional su planteamiento cobraba un nuevo sentido. Junto con sus alumnos, Baldessari jugaba; lanzaban un dardo sobre un mapa de la ciudad de Los Ángeles, por ejemplo, y el lugar que el azar había seleccionado era visitado por el grupo, para pasar el día, haciendo fotografías, rodando precarias películas, apoderándose del lugar por el procedimiento de intervenir en ese punto obteniendo materiales diversos, confusos, pero que podían tener una utilidad posterior.

En los años ochenta consigue gran repercusión, sobre todo con sus composiciones de fotografías que derivaban de los fotogramas de películas de Hollywood de desecho. Estaba muy interesado por los abundantes significados de la imagen, y crea obras con esos fotogramas recortados y ampliados, como si estuviese construyendo algo. Así, consigue imágenes de armas, de asesinatos, que crearán unas escenas duras.

Llegó un momento en que utiliza un punto, un círculo, para tapar rostros en fotografías y, con ello, borrar a aquella gente, a los ciudadanos más representativos de la nueva América que había surgido de la victoria en la segunda Guerra Mundial, y que era el rostro del consumismo más vacío del capitalismo.

El arte conceptual pretendía que la idea podría sustituir los viejos esquemas y procesos artísticos capturados en un lienzo, o depositados con mano experta en una superficie: el objeto artístico había dejado de ser relevante. Las obras deliberadamente feas, poco atractivas, del arte conceptual están muy lejos del viejo esteticismo que, pese a todo, seguía presente en el trabajo de muchos artistas, aunque Baldessari ironiza, incluso sobre sí mismo, sabiendo que el arte, la crítica artística, y la propia historia del arte, son construcciones intelectuales perfectamente prescindibles. La violencia explícita que llegaba con los fotogramas de Hollywood se ha convertido ahora en una arruga más en el rostro envejecido del capitalismo, dispuesto a vivir hacinado en un planeta que devora los antiguos dolores y las nuevas esperanzas.

Bibliografía

Polo, Higinio. «Baldessari y el arte conceptual.» El viejo topo, nº 269, 2010: 78-87.


Licencia de Creative Commons


martes, 8 de mayo de 2018

INFLUENCIA DE LA HISTORIA EN LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA


Antes de comenzar, es conveniente señalar la dificultad que entraña diferenciar entre la filosofía, propiamente dicha, y la historia de la filosofía, es decir, la acumulación cronológica de los pensamientos filosóficos a lo largo de la historia de la humanidad. Desentrañar la influencia que los acontecimientos históricos hayan podido tener en el pensamiento filosófico de cada momento histórico no es una tarea fácil, aunque disponemos de textos de grandes filósofos, entre los que cabe destacar a Kant y a Heidegger, que ya han pensado sobre esta dificultad. Por ello, para realizar este ensayo nos centraremos en textos de estos dos pensadores, con la intención de llegar a una conclusión que nos permita conocer hasta qué punto el pensamiento filosófico es producto, o no, de la historia de la humanidad.




Para Kant, el pensamiento filosófico se puede dividir históricamente en tres estadios: el estadio del dogmatismo, el del escepticismo y el del criticismo de la razón pura, estadios que tienen su fundamento en la naturaleza de la facultad humana de conocer.

Desde el punto de vista del origen subjetivo del conocimiento, es decir, de cómo el conocimiento puede ser logrado por el ser humano, Kant diferencia entre el conocimiento histórico y el conocimiento racional, siendo el conocimiento filosófico una especie de este último. Mientras que el conocimiento histórico es un conocimiento acumulativo de datos, el conocimiento racional-filosófico es un conocimiento de los principios de las cosas.

Desde el punto de vista del origen objetivo del conocimiento, es decir, de la fuente de la que emana lo que se conoce, Kant diferencia entre el conocimiento racional y el conocimiento empírico. Mientras que el conocimiento racional, que se adquiere por el uso de la razón, es  un conocimiento a priori, necesario y universal, que es objeto del saber y conforma un todo articulado; el conocimiento empírico, que se adquiere por la experiencia, es un conocimiento a posteriori, contingente y particular, que es objeto del aprendizaje y conforma un todo acumulado.

La cuestión entonces es saber si la historia de la filosofía, al igual que la filosofía, es un conocimiento racional, en cuyo caso formaría parte de la filosofía, siendo un todo articulado de saberes, cuyo conocimiento se adquiere mediante el uso de la razón; o si, por el contrario, se trata de un conocimiento empírico, en cuyo caso formaría parte de la historia de la erudición, ya que la erudición, cuyo conocimiento se adquiere mediante la experiencia, siendo un todo acumulado de conocimientos.

Si la historia de la filosofía se corresponde con el conocimiento racional, entonces estaría formada por juicios a priori, siendo un todo articulado de saberes, mientras que si, por el contrario, se corresponde con el conocimiento empírico, la historia de la filosofía estaría formada por juicios a posteriori y, en este caso, sería un todo acumulado de experiencias, o lo que Kant llamaba una “representación histórica de la filosofía”.

Por un lado, la historia de la filosofía no puede proceder únicamente del conocimiento racional, ya que en este caso sería propiamente filosofía y no historia de la filosofía, no pudiendo ser objeto de aprendizaje, sino producto del uso de la razón.

Por otro lado, la historia de la filosofía tampoco puede proceder únicamente del conocimiento  empírico, ya que en este caso no llegaría a encontrar su objeto de estudio, sino que únicamente sería una acumulación de experiencias anteriores.

Por este motivo, Kant llegaría a decir: “Todo pensador filosófico edifica su propia obra, por así decirlo, sobre las ruinas de otra; pero nunca se ha realizado una que fuera estable en todas sus partes. Por eso no se puede en absoluto aprender filosofía, porque todavía no la ha habido”.

Como se puede apreciar, en la opinión de Kant la filosofía no existe sino únicamente cuando es producto de la razón, aunque cuando el filósofo edifica su edificio sobre las ruinas de otro, significa que, de alguna manera, el filósofo está teniendo en cuenta las experiencias de otros autores, de cuya crítica, mediante la propia razón, surge el propio edificio filosófico. Por ello, según Kant la historia de la filosofía no es otra cosa sino la historia de la erudición.

Para Kant, la acumulación de los pensamientos filosóficos a través de la historia de la humanidad, por sí misma, no puede explicar el desarrollo de la razón: “Todo conocimiento histórico es empírico y, por tanto, conocimiento de las cosas tal como son, no de que tengan que ser necesariamente así. El conocimiento racional las representa según su necesidad. Una representación histórica de la filosofía narra, pues, cómo y en qué orden se ha filosofado hasta ahora. Pero el filosofar en un desarrollo sucesivo de la razón humana y ésta no puede haber progresado ni aun comenzado por el camino empírico y, en verdad, por meros conceptos”.

Kant entiende que la historia de la filosofía no puede construirse fuera de la propia filosofía, lo que le llevará a emplear la denominación “Historia filosófica de la filosofía” para identificar a la historia de la filosofía. De esta forma, la Historia filosófica de la filosofía contendrá juicios a priori, necesarios y universales, pero no puros, ya que estos también dependen de lo empírico. Además, esta Historia filosófica de la filosofía que propone Kant permite, no solo pensar en lo que ha ocurrido en la filosofía anterior, es decir, en las experiencias de filósofos pretéritos, sino que también permite pensar, y por lo tanto razonar, sobre lo que ha debido ocurrir y sobre lo que pudiera haber ocurrido.

En definitiva, para Kant el proceso temporal en el que han aparecido a lo largo de la historia los tres estadios del pensamiento filosófico mencionados anteriormente, a saber, el estadio del dogmatismo, el del escepticismo y el del criticismo de la razón pura, tiene su fundamento en la naturaleza misma de la razón.

Para Heidegger la verdad es histórica porque acontece en la propia historia, lo que significa que para este pensador el historicismo tiene una influencia decisiva en las ideas de los pensadores más contemporáneos, que tienen su punto de partida en las ideas de los pensadores anteriores a ellos. En este sentido, Heidegger se apoya en el pensamiento de Nietzsche y lo repiensa. Recordemos que para Nietzsche la filosofía de Occidente tiene su punto de partida en Platón, que manifiesta la existencia de dos mundos, el sensible y el suprasensible o inteligible, siendo este último el mundo verdadero, en el que se ubican las ideas, los ideales y los valores humanos. Por lo tanto, podemos hablar de un pensamiento nihilista de Platón desde el momento en que está negando la existencia del mundo sensible, que para él es simplemente una apariencia. Esta negación del mundo sensible, que podríamos llamar nihilista, supone la afirmación del mundo suprasensible, es decir, de la metafísica.

Este nihilismo metafísico que ve Nietzsche en el pensamiento platónico es heredado por Heidegger, pero este va más allá, afirmando que la metafísica es el nihilismo.

Heidegger considera al mismo ser como histórico, como acontecer, como ser finito: “Pues pensar a la verdad como historia es pensar a la historia de la verdad como la verdad misma, y esto ocurre en aquel pensamiento que piensa el ser mismo como acontecer, como ser finito, y en esa medida como su propia historia”.

Hasta Heidegger no se había considerado a la verdad como histórica, lo que significa que hasta el ningún otro pensador había experimentado la verdad a partir de la historia del ser, donde el ser y el pensar son equivalentes.

Que la filosofía es historicista para Heidegger, se puede apreciar con meridiana claridad en este pasaje del texto de Debernardi: “La verdad que en el acontece (refiriéndose al pensamiento) puede tardar mucho en hacerse realidad, pero al menos la historia del ser debería mostrar que en el futuro no puede darse un retroceso en el pensamiento. A menos que el inicio deba necesariamente resguardarse en el olvido una vez más, después de haber sido desocultado”.

Por lo tanto, la historia de la filosofía no es sino una acumulación de los pensamientos filosóficos “alumbrados” a lo largo de la historia de la humanidad por los filósofos.

Como conclusión, de la lectura de los textos estudiados, se puede apreciar que Kant y Heidegger pensaban, aunque de distinta forma, que tanto el momento histórico como el pensamiento anterior influyen, en ocasiones decisivamente, en el pensamiento filosófico de cada pensador y en cada época histórica.

En este sentido, las palabras de Kant: “Todo pensador filosófico edifica su propia obra, por así decirlo, sobre las ruinas de otra…”, y las de Heidegger: “…pero al menos la historia del ser debería mostrar que en el futuro no puede darse un retroceso en el pensamiento”, muestran la misma idea de que los pensadores leen a sus antecesores y proyectan su pensamiento, mejorándolo si cabe en lo que su propia razón les permite.

Ciertamente, a partir de lo estudiado, tengo la convicción de que la filosofía es hija de su tiempo y de que el pensamiento filosófico de cada época histórica está influido tanto por el pensamiento anterior como por las circunstancias políticas, sociales, culturales…, de la época en la que vive el filósofo.

Por lo tanto, la relación que existe entre filosofía e historia es muy íntima, probablemente porque la filosofía no es algo que está fuera de su tiempo, sino que al contrario, su intención última es abrir nuevas vías del conocimiento del ser humano y encontrar soluciones a los problemas más íntimos de la humanidad en cada momento histórico. Cuestiones como la ética, la moral, la belleza, la metafísica…, han despertado siempre la curiosidad del ser humano, aunque se han interpretado de forma diferente a lo largo de la historia de la humanidad. El momento histórico y el pensamiento filosófico anterior determinan la metafísica e incluso la forma que esta debe tener.

Por otro lado, una filosofía alejada del ser humano no es propiamente filosofía, ya que la filosofía se encuentra íntimamente ligada a la existencia y a las preocupaciones humanas. Actualmente nos encontramos en una época histórica dominada por la tecnología, que condiciona notablemente el pensamiento filosófico, diría que cualquier tipo de pensamiento, pero incluso ahora, o ahora más que nunca, es necesaria la filosofía, es necesario conocer, pero sobre todo, es necesario tener apetito de conocer.

El ser humano, el de antes y el de ahora, necesitan satisfacer su ansia de conocimiento, y la filosofía se adapta a cada momento histórico, para responder a las preguntas que siempre nos hemos hecho y que siempre seguiremos haciéndonos. ¡Sapere aude!

Bibliografía

Debernardi C., Italo. «Heidegger y la superación de la metafísica.» Universidad Viña del Mar, s.f.
Rovira, Rogelio. «Kant ante la verdad como hija del tiempo.» Revista de filosofía. Editorial Complutense, s.f




Licencia de Creative Commons