Desde su
niñez, Wassily Kandinsky está unido a los colores y a las formas, prueba de
ello, es que los recuerdos de las experiencias vividas en sus primeros años son
impresiones de colores y formas.
Para
Kandinsky existe una total separación entre el mundo espiritual y el material,
dos mundos que son entre irreconciliables y complementarios, y desarrolla ideas
a través de términos opuestos: lo espiritual es un movimiento progresivo y
ascendente, mientras que lo material es un movimiento de retroceso y descendente;
pero no sólo de términos, sino también de formas, y representa el progreso de
la vida espiritual como un triángulo que se mueve hacia arriba y hacia
adelante, mientras que la decadencia de la vida espiritual la represente con un
triángulo que se mueve hacia abajo y hacia atrás.
Para
Kandinsky existen dos tipos de arte: un arte estable, material, que no se
transforma, y un arte abstracto, figurativo, que es susceptible de
transformación y de evolución. El dominio de las formas abstractas permite al
artista guiar al espectador.
En
Kandinsky aparece la dualidad forma (materia) y contenido (espíritu), entre las
que hay una mutua adaptación, deben adecuarse al alma humana. También aparece
en Kandinsky el antagonismo materia y vida. La vida, que se relaciona con el
espíritu, necesita de la materia y con ella crea las formas, y ésta necesita de
aquel. El espíritu simboliza lo positivo
y la materia lo negativo.
También
aparece en Kandinsky la oposición entre lo abstracto y lo real, que para él no
son más que dos polos opuestos de un mismo balanceo. Mientras que el realismo
tiene a suprimir lo abstracto del cuadro, la abstracción tiende a suprimir lo
real.
La
dualidad contenido y forma se puede entender como la oposición, pero también
complementariedad, entre el elemento interno de una obra de arte y el externo.
Kandinsky
divide la historia de la pintura en tres periodos: la pintura realista, la
pintura naturalista y la pintura composicional. Se trata de tres periodos que
evolucionan desde lo material a lo espiritual, donde el segundo periodo es una
evolución desde lo material hasta lo espiritual. El periodo composicional es el
de la espiritualidad, que para Kandinsky es la finalidad última de la pintura,
una pintura que sólo puede ser entendida por el espectador que la mira desde
dentro, desde su interior.
Kandinsky
suele exponer los temas a través de dualidades. Por ejemplo, dice que el
problema de la forma se puede dividir en dos partes: la forma por excelencia y
la forma por extensión. Respecto al color, también propone que sea estudiado
mediante dos líneas de investigación. Cada color y cada forma, como elementos
individuales, deben estar subordinados a la construcción de una obra, es decir,
a la composición.
Kandinsky
establece estrechas correspondencias entre las líneas divergentes de las formas
y de los colores en relación con los seres vivos. La unidad, el punto, se
actualiza siguiendo líneas divergentes que se dividen en diferentes
direcciones. Este movimiento es la causa de las diferentes formas, el movimiento
del punto engendra la línea.
La
relación entre el color y la forma es tan estrecha para Kandinsky que en “De lo
espiritual en el arte”, llegará a decir: “La
relación inevitable entre color y forma nos lleva a la observación de los
efectos que tiene esta última sobre el color. La forma, aun cuando sea
completamente abstracta y se reduzca a una forma geométrica, posee en sí misma
su sonido interno, es un ente espiritual con propiedades identificables a ella.
Un triángulo (sin que importe que sea agudo, llano o isósceles) es uno de esos
entes con su propio aroma espiritual. Al relacionarse con otras formas, este
aroma cambia y adquiere matices consonantes, pero, en el fondo, permanece
invariable, así como el olor de la rosa nunca podrá confundirse con el de la
violeta. Igual sucede con el círculo, el cuadrado y las demás formas (24). Es
decir, como en el caso del color, hay una substancia subjetiva en una envoltura
objetiva. La relación entre forma y color se evidencia así claramente. Un
triángulo amarillo, un círculo azul, un cuadrado verde, otro triángulo verde,
un círculo amarillo, un cuadrado azul, etc., son entes totalmente diferentes y
que actúan de modo completamente distinto. Determinados colores son realzados
por determinadas formas y mitigados por otras. En cualquier caso, los colores
agudos poseerán una mayor resonancia cualitativa en formas agudas (por ejemplo,
el amarillo en un triángulo). Los colores que tienden a la profundidad, son
resaltados por las formas redondas (por ejemplo, el azul por un círculo). Está
claro que la disonancia entre forma y color no es necesariamente disarmónica
sino que, por el contrario, abre una nueva posibilidad de armonía. El número de
colores y formas es infinito, así como las combinaciones y los efectos. El material
es inagotable.”
Del
estudio que hace Kandinsky de la relación entre color y forma nace una nueva
forma de comunicación entre el artista y su obra y de ésta con el espectador
que, en definitiva, es la comunicación entre el artista y el espectador. Su lenguaje
pictórico abstracto comienza a interpretarse desde la relación entre color y
forma. Las formas nos transmiten unos sentimientos, unas sensaciones, que
adquieren diferentes interpretaciones dependiendo del color en que se pinten.
Los colores cálidos y fríos se entremezclan con formas geométricas (líneas
rectas, curvas, triángulos, círculos, cuadrados,…) y nos transportan a una
nueva forma de sentir el arte y a una multitud de interpretaciones subjetivas, que
provienen de nuestro interior. Los
abstractos cuadros de Kandinsky se interpretan mediante colores y formas, desde
dentro hacia fuera.